LECTIO DIVINA – CICLO A – TIEMPO ORDINARIO DOMINGO XII

Lectio: composición gráfica utilizando los motivos principales de la vidriera de la parroquia de la Natividad de Nuestra Señora en Moratalaz, MadridLectura del libro de Jeremías. 20, 10-13

Dijo Jeremías:
«Oía la acusación de la gente:
“Pavor-en-torno, delatadlo, vamos a delatarlo”.
Mis amigos acechaban mí traspié:
“A ver si, engañado, lo sometemos y podemos vengarnos de él”.
Pero el Señor es mi fuerte defensor: me persiguen, pero tropiezan impotentes.
Acabarán avergonzados de su fracaso, con sonrojo eterno que no se olvidará.
Señor del universo, que examinas al honrado y sondeas las entrañas y el corazón, ¡que yo vea tu venganza sobre ellos, pues te he encomendado mi causa!
Cantad al Señor, alabad al Señor, que libera la vida del pobre de las manos de gente perversa».

Sal 68, 8-10. 14 y 17. 33-35

R./ Señor, que me escuche tu gran bondad.

Por ti he aguantado afrentas,
la vergüenza cubrió mi rostro.
Soy un extraño para mis hermanos,
un extranjero para los hijos de mi madre.
Porque me devora el celo de tu templo,
y las afrentas con que te afrentan caen sobre mí R./

Pero mi oración se dirige a ti,
Señor, el día de tu favor;
que me escuche tu gran bondad,
que tu fidelidad me ayude.
Respóndeme, Señor, con la bondad de tu gracia;
por tu gran compasión, vuélvete hacia mí. R./

Miradlo, los humildes, y alegraos;
buscad al Señor, y revivirá vuestro corazón.
Que el Señor escucha a sus pobres,
no desprecia a sus cautivos.
Alábenlo el cielo y la tierra,
las aguas y cuanto bulle en ellas. R./

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos  5, 12-15

Hermanos:
Lo mismo que por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte se propagó a todos los hombres, porque todos pecaron…
Pues, hasta que llegó la ley había pecado en el mundo, pero el pecado no se imputaba porque no había ley. Pese a todo, la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, incluso sobre los que no habían pecado con una transgresión como la de Adán, que era figura del que tenía que venir.
Sin embargo, no hay proporción entre el delito y el don: si por el delito de uno solo murieron todos, con mayor razón la gracia de Dios y el don otorgado en virtud de un hombre, Jesucristo, se han desbordado sobre todos.

Lectura del santo Evangelio según san Mateo 10, 26-33

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«No tengáis miedo a los hombres, porque nada hay encubierto, que no llegue a descubrirse; ni nada hay escondido, que no llegue a saberse.

Lo que os digo en la oscuridad, decidlo a la luz, y lo que os digo al oído, pregonadlo desde la azotea.

No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No; temed al que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la “gehena”. ¿No se venden un par de gorriones por un céntimo? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo; valéis más vosotros que muchos gorriones.

A quien se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos. Y si uno me niega ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre que está en los cielos».

Todas las lecturas de hoy nos hablan de un Dios extremadamente solicito que cuida de todas las personas, especialmente de aquellas que están pasando por momentos difíciles, así lo expone el profeta Jeremías, que, viéndose rodeado de enemigos, entona un himno de alabanza al Señor que lo salva. Una certeza que también canta el salmo y que actualiza Pablo a partir del don que se nos ha dado en Jesucristo, el salvador por excelencia. El evangelista Mateo, dejando la palabra al mismo Jesús, recuerda a su comunidad misionera que cuando aceche la dificultad no tienen por qué temer, pues el Padre del cielo vela por ellos.

COMPRENDER EL TEXTO:
Mateo se dirige a una comunidad misionera que necesitaba ser animada y fortalecida, pues algunos de sus miembros habían sucumbido a la persecución. Para hacer frente a aquella situación compuso una especie de “manual del misionero cristiano”, que hace alusión a experiencias vividas y trata de iluminarlas desde la palabra de Jesús. El discurso comienza con el envío de los mensajeros del evangelio (Mt 10, 1-15), pero a renglón seguido el evangelista se hace eco de las dificultades que encuentra dicha misión (Mt 10, 16-25). El pasaje que hoy leemos trata de exhortar a los mensajeros del evangelio a no sucumbir ante estas dificultades.
Los últimos versículos del fragmento de hoy vuelven de nuevo la mirada al juicio final (vv.32-33), estableciendo una estrecha relación entre lo que ocurra ahora y lo que pasará después “delante de mi Padre celestial”. El mismo Jesús se convertirá entonces en defensor de quienes ahora se declaren a su favor en medio de las dificultades y persecuciones, pero negará a quienes hayan sucumbido al miedo y renegado de él. Evidentemente, estas instrucciones de Jesús tendrían una especial resonancia en la comunidad de Mateo, que se vio enfrentada con los líderes del judaísmo y con las autoridades del Imperio. Pero su mensaje, que habla de confianza en el Padre y de compromiso misionero frente al rechazo, continúa manteniendo su actualidad hasta hoy.
ACTUALIZAMOS:
NUESTROS MIEDOS
Cuando nuestro corazón no está habitado por un amor fuerte o una fe firme, fácilmente queda nuestra vida a merced de nuestros miedos. A veces es el miedo a perder prestigio, seguridad, comodidad o bienestar lo que nos detiene al tomar las decisiones. No nos atrevemos a arriesgar nuestra posición social, nuestro dinero o nuestra pequeña felicidad.
Otras veces nos paraliza el miedo a no ser acogidos. Nos atemoriza la posibilidad de quedarnos solos, sin la amistad o el amor de las personas, tener que enfrentarnos a la vida diaria sin la compañía cercana de nadie.
Con frecuencia vivimos preocupados solo de quedar bien. Nos da miedo hacer el ridículo, confesar nuestras verdaderas convicciones, dar testimonio de nuestra fe. Tememos las críticas, los comentarios y el rechazo de los demás. No queremos ser clasificados. Otras veces nos invade el temor al futuro. No vemos claro nuestro porvenir. No tenemos seguridad en nada. Quizá no confiamos en nadie. Nos da miedo enfrentarnos al mañana.
Siempre ha sido tentador para los creyentes buscar en la religión un refugio seguro que nos libere de nuestros miedos, incertidumbres y temores. Pero sería un error ver en la fe el agarradero fácil de los pusilánimes, los cobardes y asustadizos.
La fe confiada en Dios, cuando es bien entendida, no conduce al creyente a eludir su propia responsabilidad ante los problemas. No le lleva a huir de los conflictos para encerrarse cómodamente en el aislamiento. Al contrario, es la fe en Dios la que llena su corazón de fuerza para vivir con más generosidad y de manera más arriesgada. Es la confianza viva en el Padre la que le ayuda a superar cobardías y miedos para defender con más audacia y libertad el reino de Dios y su justicia.
La fe no crea hombres cobardes, sino personas resueltas y audaces. No encierra a los creyentes en sí mismos, sino que los abre más a la vida problemática y conflictiva de cada día. No los envuelve en la pereza y la comodidad, sino que los anima para el compromiso.
Cuando un creyente escucha de verdad en su corazón las palabras de Jesús: «No tengáis miedo», no se siente invitado a eludir sus compromisos, sino alentado por la fuerza de Dios para enfrentarse a ellos.
  1. “No tengáis miedo; valéis más vosotros que muchos gorriones»: ¿Cuáles son tus miedos más habituales? ¿Cómo te ayuda a superarlos el Dios que se revela en este pasaje?
  2. “Pregonadlo desde la azotea”: ¿Qué invitación percibes personalmente y como comunidad cristiana al leer este pasaje?
  3. “No tengáis miedo a los que matan el cuerpo”: ¿Somos conscientes de que vivimos rodeados de cosas que nos cuidan el cuerpo y nos pueden matar por dentro? ¿Qué podemos hacer?
  4. “A quien se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos”: ¿En qué medida coloco las decisiones que tomo en mi vida a la luz del juicio de Dios?

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