Lectura del profeta Isaías. 35,4-7a. (Del domingo 23º Ordinario)
Decid a los cobardes de corazón:
-Sed fuertes no temáis. Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite, viene en persona, resarcirá y os salvará. Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará. Porque han brotado aguas en el desierto, torrentes en la estepa; el páramo será un estanque, lo reseco un manantial.
Salmo Responsorial:
Magnificat, magnificat,
Magnificat anima mea Dominum
Magnificat, magnificat,
Magnificat ánima mea.
Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador,
porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.
Él hace proezas con su brazo:
dispersa a los soberbios de corazón,
derriba del trono a los poderosos
y enaltece a los humildes,
a los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia,
-como lo había prometido a nuestros padres-
en favor de Abrahán y su descendencia por siempre.
Magnificat, magnificat,
Magnificat anima mea Dominum
Magnificat, magnificat,
Magnificat ánima mea.
Carta del apóstol San Pablo a los Romanos. 8,28-30. (De la fiesta de la Natividad de María)
Hermanos: Sabemos que, a los que aman a Dios, todo les sirve para el bien: a los que ha llamado conforme a su designio. A los que había escogido, Dios los predestinó a ser imagen de su Hijo para que él fuera el primogénito de muchos hermanos. A los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó.
Lectura del santo Evangelio según San Marcos. 7,31 37. (Del domingo 23º Ordinario)
En aquel tiempo, dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo, que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos. ÉL, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y mirando al cielo, suspiró y le dijo: –Effetá (esto es, «ábrete»).
Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad. El les mandó que no lo dijeran a nadie; pero cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían: –Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos.
El Evangelio de hoy termina con unas palabras que nos vienen bien porque son un estímulo a la hora de hacer cualquier actividad: «Todo lo hizo bien». Sería estupendo que pidieran decir de nosotros algo parecido: “Puedo confiar en esta persona porque todo lo hace bien”.
Cuando Jesús hace el milagro de la curación de aquel sordo mudo Marcos lo interpreta como el cumplimiento de que el Mesías está presente. Isaías ya había anunciado que cuando llegase el Mesías Liberador “se abrirían los oídos de los sordos y cantaría la lengua de los mudos”.
Jesús toma consigo al sordo y hace con él un signo. Le introduce los dedos en sus oídos y con su saliva humedece aquella lengua paralizada para dar fluidez a su palabra. Jesús respira profundamente, lanza un fuerte suspiro mirando al cielo en busca de la fuerza de Dios y luego, grita al enfermo: ¡Ábrete!
Aquel hombre sale de su aislameinto y descubre lo que es vivir escuchando a los demás y conversando abiertamente con todos.
Aquel sordo nos representa a todos nosotros. No habla porque no oye. Los niños pasan sin hablar al menos dos años. Si no oyen no hablan. Son mudos. La fe nos entra por el oído. Es muy importnate que los niños oigan que rezamos, que ya desde pequeños les hablemos de Dios, de su amor, de lo que nos quiere, de que somos sus hijos, de que Jesús ha dado la vida por nosotros, de que el Cielo es nuestra casa futura, de que Dios nos ha creado a través de nuestros padres para vivir con Él…
Misión de los padres es pasar la fe a los hijos. Los años más importantes de nuestra vida son los 3 primeros. Si queremos que no sean mudos espirituales han de oír a sus padres, a sus hermanos rezar, que se bendice la mesa, que se acude cada Domingo a la Eucaristía.
Necesitamos abrir bien los oídos a la palabra de Dios. Si no escuchamos la Palabra de Dios nos hacemos sordos y seremos “tartamudos” a la hora de anunciar el Evangelio. El que no escucha se va haciendo mudo, va a lo suyo, se incapacita para escuchar a los demás y acaba por no escuchar a nadie.
Desgraciadamente estamos muchas veces sordos a la voz de la propia conciencia que nos dice lo que está bien y lo que está mal. Sordos porque no queremos oír la palabra que nos invita a conversión. Sordos porque escuchamos lo que nos conviene, ya dice el refrán “que no hay peor sordo que el que no quiere oír”. Algo de esto nos puede pasar a los que esuchamos cada Domingo la Palabra de Dios, pero no dejamos que cale en nuestro corazón y nos empape para que nuestra vida cambie.
¿Qué TAPONES podemos tener? El tapón de la soberbia: creemos saberlo todo. El tapón de la vanidad que nos impide ser sencillos y sinceros. El tapón del egoísmo, porque nos amamos a nosotros mismos y no nos hacemos cargo de los problemas ajenos. El tapón de la violencia: arremetemos contra el que no piensa como nosotros. El Tapón de la avaricia por el que no compartimos con nadie. Fruto de tanto tapón es la incomprensión, la intolerancia, la infidelidad …
Lo dice la 1ª lectura “cuando la lengua del mudo cante y el oído del sordo oiga brotarán aguas en el desierto, torrentes en la estepa y el páramo será un estanque y todo lo reseco será un manatial”. Ese es el resultado de la acción de Dios sobre el hombre.
Sería bueno que hoy le pidamos al Señor que nos abra el oído para escuchar el clamor de tantos que viven en soledad, sin comunicarse con nadie, sin hablar con nadie.
Que nos desate la lengua para alabarle y anunciar la Buena Noticia. Que seamos para los demás reflejos de su bondad. Así nos pareceremos a Jesús que ante el mal, alivia, cura, alegra, acompaña, para hacer menos dolorosa la soledad…
Jesús luchó contra la enfermedad y la muerte. Devolvió la vista a los ciegos, hizo oír a los sordos y hablar a los mudos, hizo caminar a los paralíticos, devolvió la vida a los muertos. Jesús no echó la culpa del mal a nadie, sino que se enfrenta al problema del mal y hace todo lo posible por aliviarlo.
Cuando una persona quiere vivir con el Espíritu de Jesús hace sus mismas obras: se vuelve corazón, oídos, voz, manos y pies de los pobres, de los enfermos, de los marginados, de los que viven en soledad, de los que caminan por la vida desorientados, sin fe, sin alegría y sin esperanza.
A estos necesitados los tenemos cerca de nosotros, a nuestro lado, bajo el mismo techo, junto a la puerta de nuestra casa. Siempre se puede dar consuelo…
También hoy Jesús nos dice como al sordomudo: «Effetá» Ábrete.
Ojalá nos abramos al Señor y al mismo tiempo estemos dispuestos a abrirnos a los demás. Que a nadie le neguemos la palabra ni la ayuda. Es la mejor manera de no sentirnos solos.
Esto es lo que hizo María, su SÍ a Dios, era anticipo de el SÍ a su hijo Jesús, al proyecto del Reino.
- ¿Qué “sorderas” y “mudeces” nos impiden acoger el evangelio y ser sus testigos?
- Jesús se hace portador de la salvación de Dios en un territorio pagano, marginado social y religiosamente. ¿Qué nos sugiere este modo de actuar para nuestro compromiso evangelilzador?
- La curación del sordomudo viene a colmar simbólicamente las esperanzas de Israel expresadas en la primera lectura de Isaías. ¿Cómo podemos ser nosotros sembradores de esperanza en nuestros ambientes?