LECTIO DIVINA – CICLO B – TIEMPO ORDINARIO DOMINGO XXXIV «CRISTO REY»

Lectura del profeta Daniel. 7,1314.

Lectio: composición gráfica utilizando los motivos principales de la vidriera de la parroquia de la Natividad de Nuestra Señora en Moratalaz, Madrid Yo vi, en una visión nocturna, venir una especie de hombre entre las nubes del cielo. Avanzó hacia el Anciano venerable y llegó hasta su presencia. A él se le dio poder, honor y reino. Y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su poder es eterno, no cesará. Su reino no acabará.

Salmo 92,1ab.1c-2.5.

R./ El Señor reina, vestido de majestad.

El Señor reina, vestido de majestad;
el Señor, vestido y ceñido de poder. R./

Así está firme el orbe y no vacila.
Tu trono está firme desde siempre,
y tú eres eterno. R./

Tus mandatos son fieles y seguros,
la santidad es el adorno de tu casa,
Señor, por días sin término. R./

Lectura del libro del Apocalipsis. 1,5-8.

A Jesucristo, el Testigo fiel, el Primogénito de entre los muertos, el Príncipe de los reyes de la tierra. A Aquel que nos amó, nos ha liberado de nuestros pecados por su sangre, nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios, su Padre, a él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.

¡Mirad! Él viene en las nubes. Todo ojo lo verá; también los que le atravesaron. Todos los pueblos de la tierra se lamentarán por su causa. Sí. Amén. Dice Dios: «Yo soy el Alfa y la Omega, el que es, el que era y el que viene, el Todopoderoso».

Lectura del santo Evangelio según San Juan. 18,33-37.

En aquel tiempo preguntó Pilatos a Jesús: –¿Eres tú el rey de los judíos?

Jesús le contestó: –¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?

Pilatos replicó: –¿Acaso soy yo judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?

Jesús le contestó: –Mi reino no es de este mundo. Si mi reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí.

Pilatos le dijo: –Conque ¿tú eres rey?

Jesús le contestó: –Tú lo dices: Soy Rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.

Hoy finaliza el año litúrgico con la fiesta de Cristo Rey. Durante el año hemos celebrado los misterios del Señor Jesús por los cuales los hombres recibimos la salvación y la vida. Hoy tiene el tono de una fiesta que es recopilación de todo. La Iglesia nos invita a una contemplación global del misterio del Señor Jesucristo, Hijo de Dios y Salvador nuestro. Y hoy, de una manera muy viva, aparece el doble acento que acompaña siempre la figura de Jesucristo: la grandeza y la sorpresa, incluso el escándalo.

La realeza de Jesús es el tema central de las lecturas. El profeta Daniel, tras asistir a la caída de los imperios de su época, observa que Dios entrega el poder universal a un personaje divino y humano al mismo tiempo al que denomina Hijo del hombre. La comunidad de Juan reconoce en este personaje a Jesús, el “soberano de los reyes de la tierra”, el “testigo fidedigno”, que confiesa su realeza ante Pilatos.

Quienes acogen el señorío de Cristo participan ya desde ahora de su función real y entran en comunión con el Dios que es alfa y omega de todo lo creado. Pero acoger la realeza de Jesucristo no es fácil, porque se trata de un rey crucificado.

JESÚS, SIGNO DE CONTRADICCIÓN:
Este contraste ya apareció subrayado por los ángeles en su nacimiento, que celebrábamos en la Navidad: “Os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales, y acostado en un pesebre” (Lc 2,11-12). Después se manifiesta con motivo de su título central, proclamado por el Padre: “Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto” (Mt 3,17). Toda su vida provocó una confrontación constante: “Si eres el Hijo de Dios…”, el tentador primero, y después todos, seguidores y no seguidores, reaccionan sin comprender hasta llegar al pie de la cruz: “Si eres Hijo de Dios, baja de la cruz” (Mt 27,43).
JESÚS SE DECLARA REY:
Hoy el contraste es vivo, lacerante. Jesús había rechazado siempre las pretensiones de llegar al poder, de ser erigido como rey. Al final de su vida, él mismo dice: “Tú lo dices: soy rey”, precisamente en una situación en la que esta frase es ridícula, incluso grotesca. Él es el reo humillado e insultado, a punto de recibir la sentencia a una muerte terrible en la cruz. San Pablo a esto lo llamó “el escándalo de la cruz”.
JESÚS ES REY PORQUE ES TESTIMONIO DE LA VERDAD:
Este contraste doloroso nos ayuda a acercarnos al misterio de Jesús con un respeto inmenso, con la actitud de quien tiene que estar siempre aprendiendo. Sus categorías no son “de este mundo” (evangelio). Son de Dios, no de los hombres (cf. Mc 8,33), como dijo a Pedro cuando éste lo contradijo la primera vez que anunció su muerte. Él mismo declara el sentido de su proclamación: “Soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad” (evangelio). Evoca sus palabras a los discípulos sobre la actitud no de dominio, como los reyes de la tierra, sino de servicio: “el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos” (Mc 10,45).
LA VERDAD SOBRE EL AMOR DE DIOS Y LA NUEVA VIDA:
Jesús ha venido para ser testigo de la Verdad. Es la Verdad sobre Dios, padre que ama a la humanidad entera y se da como Vida para todos; y la Verdad sobre nuestra vida humana, la vida en Dios de amor, de pobreza, de generosidad, de libertad, de esperanza. Él ha dado testimonio con su Vida y su Palabra, y especialmente con su Muerte y su Resurrección. Él ha vivido como “el testigo fiel, el primogénito de entre los muertos” (segunda lectura).

Es el núcleo del misterio cristiano que hemos celebrado en todo el año litúrgico. Ésta es su verdadera realeza, la del que vive en el Padre, amando y dándose hasta la Muerte, encontrando así la plenitud de la resurrección. El evangelio de Juan lo destaca, subrayando el título de la cruz: “Jesús el Nazareno, el rey de los judíos” (Jn 19,19). Es “el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz” (prefacio). Jesucristo reina desde la cruz.

SER DE LA VERDAD:
Todo el que es de la verdad escucha mi voz” (evangelio). La expresión “todo el que es de la verdad” ha de ser meditada en silencio ante la humanidad entera. Cuando Jesús la pronunció y Juan la escribió no había cristianos, o eran pocos… “Ser de la Verdad” es una actitud del corazón que se traduce en una manera de vivir, en todas partes y en todos los tiempos. Son los limpios de corazón, los que trabajan por la paz y la justicia, los que se abren misericordiosamente a los demás, los que escuchan y perdonan, los que transmiten alegría y libertad como Jesús. Son la obra de Dios entre nosotros los hombres, los que escuchan en el corazón la voz del Señor, los que participan del Espíritu de Jesús, los que reinan con él porque viven en la Verdad y dan testimonio con su manera de vivir. Todos estamos llamados a vivir así; por eso ha venido. “Nos ha convertido en un reino y hecho sacerdotes de Dios, su Padre” (segunda lectura).
LA EUCARISTÍA, SIGNO DEL MISTERIO:
Consagraste Sacerdote eterno y Rey del universo a tu único Hijo, nuestro Señor Jesucristo… víctima perfecta y pacificadora”. Es la riqueza del lenguaje cristiano que se acerca al misterio insondable de Jesús, Muerto y Resucitado. Lo celebramos y participamos de él en la Eucaristía, signo de la nueva vida de reyes, sacerdotes e hijos que traen la paz.

Ahora sabemos en qué consiste la realeza de Jesús, cuál es la verdad de la que ha venido a dar testimonio en este mundo. Su Reino no necesita legiones, sino testigos capaces de llegar hasta la entrega de la vida.

  1. Gracias al Bautismo participamos de la realeza de Jesús.
    ¿Cómo compromete tu existencia esa realeza?
    ¿A qué testimonio te invita?
  2. Los cristianos somos llamados a colaborar en la construcción de un Reino que no se identifica con los poderes de este mundo pero que se empieza a realizar en él.
    ¿Cómo te implicas en esta tarea?
  3. ¿Cómo impulsa,  anima mi esperanza la victoria de Cristo sobre el odio, la ingratitud, la muerte?
    ¿Descubro que su victoria es, en apariencia, una derrota?

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