«HOY» NUESTRA PASCUA (Introducción para el triduo pascual)

La Pascua anual se empezó a celebrar muy pronto en la historia de la comunidad cristiana, no sólo con la Vigilia del Sábado al Domingo, sino con el viernes y el sábado unidos como un único día con el Domingo: el que san Agustín llama «sacratísimo Triduo de Cristo crucificado, sepultado y resucitado».
Estos días no celebramos unos «aniversarios», sino el «hoy» del misterio pascual de Cristo. No sólo la Eucaristía que él nos dejó como testamento, sino también su muerte y resurrección se hacen de alguna manera actuales, presentes, para que participemos de su fuerza salvadora.
Los judíos, en la celebración anual de su Pascua, se consideran no sucesores sino contemporáneos de sus antepasados, y alaban a Dios por «lo que hizo conmigo Yahvé cuando salí de Egipto». No sólo recuerdan que sus padres fueron liberados de Egipto y pasaron el mar Rojo, sino que ellos mismos, los actuales creyentes, se consideran protagonistas de ese mismo acontecimiento salvador y renuevan la Alianza con Dios.
Nosotros, con mayor razón: porque Cristo no sólo vivió la Pascua, sino que él mismo es la Pascua, siempre presente en su comunidad. En la oración sobre las ofrendas, al pedir a Dios que nos ayude a «participar dignamente de estos misterios», se pone como motivación que «cada vez que celebramos este memorial de la muerte de tu Hijo, se realiza la obra de nuestra redención».
En el prefacio de la Vigilia Pascual se habla de «esta noche en que Cristo nuestra Pascua ha sido inmolado»: la Eucaristía de esa noche es la Eucaristía de todo el Triduo y la actualización de todo el misterio pascual, muerte y resurrección. La oración del día de Pascua dice: «en este día has abierto las puertas de la vida por medio de tu Hijo».
Es el «hoy» que resuena continuamente, como también sucedía en la Navidad. La celebración litúrgica es la actualización del misterio salvador: no sólo porque la comunidad lo celebra, sino porque el mismo Cristo Jesús, ahora Resucitado, que contiene en sí mismo vivos los misterios salvadores de la Encarnación y la Redención, nos los hace presentes y nos los comunica.
Lectura del libro del Éxodo. 12, 1-8. 11-14: “Prescripciones sobre la cena pascual”
En aquellos días, dijo el Señor a Moisés y a Aarón en tierra de Egipto: -Este mes será para vosotros el principal de los meses; será para vosotros el primer mes del año. Di a toda la asamblea de Israel: el diez de este mes cada uno procurará un animal para su familia, uno por casa. Si la familia es demasiado pequeña para comérselo, que se junte con el vecino de casa, hasta completar el número de personas; y cada uno comerá su parte hasta terminarlo.
Será un animal sin defecto, macho, de un año, cordero o cabrito. Lo guardaréis hasta el día catorce del mes y toda la asamblea de Israel lo matará al atardecer. Tomaréis la sangre y rociaréis las dos jambas y el dintel de la casa donde lo hayáis comido. Esa noche comeréis la carne, asada a fuego, y comeréis panes sin fermentar y verduras amargas. Y lo comeréis así: la cintura ceñida, las sandalias en los pies, un bastón en la mano; y os lo comeréis a toda prisa, porque es la Pascua, el Paso del Señor.
Yo pasaré esta noche por la tierra de Egipto y heriré a todos los primogénitos del país de Egipto, desde los hombres hasta los ganados, y me tomaré justicia de todos los dioses de Egipto. Yo, el Señor.
La sangre será vuestra señal en las casas donde habitáis. Cuando yo vea la sangre, pasaré de largo ante vosotros, y no habrá entre vosotros plaga exterminadora cuando yo hiera al país de Egipto.
Este será un día memorable para vosotros y lo celebraréis como fiesta en honor del Señor, de generación en generación. Decretaréis que sea fiesta para siempre.
Salmo 115, 12-13. 15-16bc. 17-18: R./ El cáliz que bendecimos es la comunión de la sangre de Cristo.
Primera carta del apóstol San Pablo a los Corintios. 11, 23-26. “Cada vez que coméis del pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor”
Hermanos: Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía».
Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que bebáis, en memoria mía».
Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.
Evangelio según San Juan. 13, 1-15. “Los amó hasta el extremo”
Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.
Estaban cenando (ya el diablo le había metido en la cabeza a Judas Iscariote, el de Simón, que lo entregara) y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido.
Llegó a Simón Pedro y éste le dijo: -Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?
Jesús le replicó: -Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde.
Pedro le dijo: -No me lavarás los pies jamás.
Jesús le contestó: -Si no te lavo, no tienes nada que ver conmigo.
Simón Pedro le dijo: -Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza.
Jesús le dijo: -Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos. (Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: «No todos estáis limpios».)
Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo: ¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis «el Maestro» y «el Señor», y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis.
Éxodo 12,1-8.11-14. Prescripciones sobre la cena pascual
Este pasaje del Éxodo ofrece un conjunto de textos litúrgicos para la celebración del memorial de la salida de Egipto. Se trata de diversas prácticas acompañadas de la celebración de «la fiesta del Señor» (v. 14). El memorial evoca todo un conjunto de aspectos que estaban relacionados con esta salida: la pascua, el sacrificio del cordero, los panes sin fermentar, el rescate de los primogénitos.
El primer mes es el mes de las espigas (marzo-abril). El origen del nombre de Pascua está relacionado en este texto con el paso del Señor, que «pasa de largo» y guarda la vida de los primogénitos de los que la celebraban. La fiesta se convirtió en el memorial también de la acción salvadora de Dios que les hacía pasar de la esclavitud a la libertad.
El acto de comer el cordero con panes sin fermentar muestra la unión de dos antiguas fiestas, una relacionada con el mundo de los pastores y la otra con el mundo de los agricultores, que la celebraban después de la cosecha de la cebada. El texto del Éxodo remarca el acto liberador de la salida de Egipto.
1ª Corintios 11,23-26. Cada vez que coméis y bebéis, proclamáis la muerte del Señor
Este pasaje de Pablo recuerda a los corintios de qué manera les transmitió la tradición de la Cena del Señor. Pablo empieza presentándose como receptor de la tradición para, seguidamente, describir la tradición recibida (vv. 23b-26). Finalmente, en el v. 26 vuelve a hablar el que escribe, el cual acentúa la interpretación teológica de la celebración, que es un anuncio de la muerte del Señor hasta que vuelva.
Jesús mismo es el protagonista de la sección central del fragmento, con las palabras que dice y los gestos que realiza «en la noche en que iban a entregarlo». Las palabras sobre el pan dan la interpretación de su entrega: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros». Y después de cenar, las palabras sobre el cáliz inauguran una nueva alianza. Tanto las palabras sobre el pan como las palabras sobre el vino servirán de memorial para celebrar le entrega de Jesucristo y para anunciar su muerte hasta que vuelva.
La celebración, que es memorial de la nueva alianza, será un camino para fortalecer más y más el vínculo de los participantes con su Señor, que ha dado su vida por ellos. El ámbito de una comida fraterna ha de ayudar a renovar la adhesión a Jesucristo y a participar de los frutos de su donación.
Juan 13,1-15. Los amó hasta el extremo
Dentro del evangelio de Juan, el capítulo 13 sitúa a Jesús en las vísperas de la fiesta de Pascua, en el momento en que llega su hora de pasar de este mundo al Padre. El conocimiento que Jesús tiene de este momento lo lleva a vivir más intensamente la relación de amor que siempre ha mantenido por los suyos. Con el lavatorio de los pies les muestra ahora este afecto. Este acto se realiza, según dice Juan, en íntima unión con el Padre, hacia el cual Jesús volverá con su pasión, la mayor acción salvadora para aquellos que amará hasta el final.
En un ambiente de gran intensidad dramática, Jesús se dispone a actuar como un sirviente y empieza a lavar los pies a sus discípulos incluyendo incluso a Judas, que lo tenía que traicionar (vv. 4-5). Sorprende que Pedro no se deje lavar los pies, pero esta resistencia da pie a un diálogo en el cual Jesús le manifiesta que lo que no comprende ahora lo comprenderá más tarde, lo comprenderá cuando Jesús será glorificado.
El empecinamiento de Pedro choca, sin embargo, con la palabra de Jesús: «Si no te lavo, no eres de los míos» (v. 8). Entonces el discípulo accede no sólo a que le laven los pies, sino también las manos y la cabeza… Jesús, con paciencia, explica a Pedro que los que se han bañado no necesitan ser lavados de nuevo. Ahí puede haber una alusión al hecho de que los judíos «subían a Jerusalén, antes de la Pascua, para purificarse» (Jn 11,55), aunque en tiempo del evangelio de Juan, la imagen del baño contiene una referencia al bautismo.
La parte final del lavatorio deja muy claro que el ejemplo de Jesús debe ser seguido por sus discípulos: ellos han de comprender el significado de la acción de Jesús y, muy concretamente, han de procurar ponerla en práctica en máxima sintonía, dentro de lo posible, con lo que han aprendido de su maestro.
* (El acierto de arrodillarse)
El señor lavando los pies al esclavo. El amo sirviendo al criado en la mesa. El rey hospedando al mendigo. Es un cambio maravilloso en las relaciones entre Dios y la persona humana. A partir de la última cena solamente habrá una clase de creyentes: los que aman y se dejan amar. Habrá intensidades de este amor, pero el que quiera seguir a Jesús ha de reproducirlo en su vida, ha de demostrar hasta qué punto es capaz de amar y ser amado.
Más allá de los discursos, el ejemplo de Jesús es muy claro. Hay que abajarse. Hay que ponerse de rodillas y no precisamente ante la grandeza sino ante la pequeñez y la insignificancia de las personas. No se trata de reverenciar o halagar a quien más tiene (que es una forma muy sutil de esclavitud) sino de acariciar, reanimar y servir sin hacer cálculos a quienes más necesiten (que es la forma más espléndida de libertad). Quien se hinca de rodillas comprende las heridas del hermano, tanto las físicas como las afectivas y espirituales. Y se convierte en mensajero de la fortaleza y la ternura de Dios. Quien se arrodilla se coloca en la postura justa para aprender a callar, a no perder el tiempo con palabrería vacía. Quien se pone de rodillas comienza a descubrir un rostro más auténtico de Dios.
* (Presencia velada)
«Es propio del amor abajarse» afirmaba Teresa del Niño Jesús. El día de Navidad lo descubríamos en la fragilidad de un niño indefenso. Ese amor de Dios se va a hacer todavía más patente el viernes santo, cuando hundirá sus raíces en el desprecio más profundo y morirá en el suplicio de la cruz. Pero, ese amor se hace permanente, sostenible, en su presencia en la Eucaristía. Una presencia velada, pero no menos cierta y real. Es una invitación a todos nosotros a transformar las realidades inmediatas de la vida –nuestro pan y nuestro vino cotidianos– en presencia de paz, de perdón, de bendición. En la Eucaristía es Cristo quien nos quiere celebrar como personas que son sacramento de unidad, de gozo en la fe compartida, de fiesta ante la certeza del triunfo definitivo del bien. Todo ello, ciertamente, queda como velado, como escondido, a causa de nuestras pobrezas, pecados y limitaciones. Pero no por ello estamos menos seguros de que esa es la misión que nos encomendó en la intimidad de aquella última cena.
* (La riqueza del presente)
Se funden en una misma realidad servicio y sacramento, misión y testimonio, intimidad en torno a la mesa y soledad en la cruz. Todo, en la vida, adquiere sentido. Nada se pierde en el absurdo. Jesús lo asume todo: la cálida amistad del cenáculo y la fría desnudez de la cruz. Todo es pan y vino de nuevas eucaristías. Necesitamos, como Jesús, ver más allá de las apariencias y descubrir la huella de Dios, aunque esté velada por tantas oscuridades.
Jueves Santo, jueves de testamento, de responsabilidades, de misión para todo cristiano que ocupe un asiento en la mesa de la eucaristía. Pero al mismo tiempo, esa misma eucaristía es garantía de que él, Jesús, está con nosotros como alimento y como bebida, como camino, como verdad y como vida.