Lectura del libro de Isaías 50, 4-7
El Señor Dios me ha dado una lengua de discípulo; para saber decir al abatido una palabra de aliento.
Cada mañana me espabila el oído, para que escuche como los discípulos.
El Señor Dios me abrió el oído; yo no resistí ni me eché atrás.
Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no escondí el rostro ante ultrajes y salivazos.
El Señor Dios me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal, sabiendo que no quedaría defraudado.
Salmo 21, 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24
R./ Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Al verme, se burlan de mí,
hacen visajes, menean la cabeza:
«Acudió al Señor, que lo ponga a salvo;
que lo libre si tanto lo quiere.» R./
Me acorrala una jauría de mastines,
me cerca una banda de malhechores;
me taladran las manos y los pies,
puedo contar mis huesos. R./
Se reparten mi ropa,
echan a suerte mi túnica.
Pero tú, Señor, no te quedes lejos;
fuerza mía, ven corriendo a ayudarme. R./
Contaré tu fama a mis hermanos,
en medio de la asamblea te alabaré.
«Los que teméis al Señor, alabadlo;
linaje de Jacob, glorificadlo;
temedlo, linaje de Israel».R./
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Filipenses 2, 6-11
Cristo Jesús, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; al contrario, se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres.
Y así, reconocido como hombre por su presencia, se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo exaltó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame:
Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.
Lectura del santo Evangelio según san Mateo.
[La división por secciones en letra roja es para facilitar la oración, por pasajes, que se corresponden con los de las notas del comentario comprender el texto; no es división litúrgica, sino bíblica]
Pasión de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo, 26, 14—27, 66
Traición de Judas
C. En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso:
S. — «¿Qué estáis dispuestos a darme si os lo entrego?».
C. Ellos se ajustaron con él en treinta monedas de plata. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.
La Cena de pascua
C. El primer día de los Ácimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:
S. — «¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?».
C. Él contestó:
+ — «Id a la ciudad, a casa de quien vosotros sabéis, y decidle: «El Maestro dice: mi hora está cerca; voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos»».
C. Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua.
C. Al atardecer se puso a la mesa con los Doce. Mientras comían, dijo:
+ — «En verdad os digo que uno de vosotros me va a entregar».
C. Ellos, muy entristecidos, se pusieron a preguntarle uno tras otro:
S. — «¿Soy yo acaso, Señor?».
C. Él respondió:
+ — «El que ha metido conmigo la mano en la fuente, ese me va a entregar. El Hijo del hombre se va como está escrito de él; pero, ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado!, ¡más le valdría a ese hombre no haber nacido!».
C. Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar:
S. — «¿Soy yo acaso, Maestro?».
C. Él respondió:
+ — «Tú lo has dicho».
C. Mientras comían, Jesús tomó pan y, después de pronunciar la bendición, lo partió, lo dio a los discípulos y les dijo:
+ — «Tomad, comed: esto es mi cuerpo».
C. Después tomó el cáliz, pronunció la acción de gracias y dijo:
+ — «Bebed todos; porque esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos para el perdón de los pecados. Y os digo que desde ahora ya no beberé del fruto de la vid hasta el día que beba con vosotros el vino nuevo en el reino de mi Padre».
C. Después de cantar el himno salieron para el monte de los Olivos.
En el monte de los Olivos
C. Entonces Jesús les dijo:
+ — «Esta noche os vais a escandalizar todos por mi causa, porque está escrito: «Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño». Pero cuando resucite, iré delante de vosotros a Galilea».
C. Pedro replicó:
S. — «Aunque todos caigan por tu causa, yo jamás caeré».
C. Jesús le dijo:
+ — «En verdad te digo que esta noche, antes que el gallo cante, me negarás tres veces».
C. Pedro le replicó:
S. — «Aunque tenga que morir contigo, no te negaré».
C. Y lo mismo decían los demás discípulos. Entonces Jesús fue con ellos a un huerto, llamado Getsemaní, y dijo a los discípulos:
+ — «Sentaos aquí, mientras voy allá a orar».
C. Y llevándose a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, empezó a sentir tristeza y angustia.
Entonces les dijo:
+ — «Mi alma está triste hasta la muerte; quedaos aquí y velad conmigo».
C. Y adelantándose un poco cayó rostro en tierra y oraba diciendo:
+ — «Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz. Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú».
C. Y volvió a los discípulos y los encontró dormidos.
Dijo a Pedro:
+ — «¿No habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad para no caer en la tentación, pues el espíritu está pronto, pero la carne es débil».
C. De nuevo se apartó por segunda vez y oraba diciendo:
+ — «Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad».
C. Y viniendo otra vez, los encontró dormidos, porque sus ojos se cerraban de sueño. Dejándolos de nuevo, por tercera vez oraba repitiendo las mismas palabras.
Volvió a los discípulos, los encontró dormidos y les dijo:
+ — «Ya podéis dormir y descansar. Mirad, está cerca la hora y el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me entrega».
C. Todavía estaba hablando, cuando apareció Judas, uno de los Doce, acompañado de un tropel de gente, con espadas y palos, enviado por los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo. El traidor les había dado esta contraseña:
S. — «AI que yo bese, ese es: prendedlo».
C. Después se acercó a Jesús y le dijo:
S. — «¡Salve, Maestro!».
C. Y lo besó. Pero Jesús le contestó:
+ — «Amigo, ¿a qué vienes?».
C. Entonces se acercaron a Jesús y le echaron mano y lo prendieron. Uno de los que estaban con él agarró la espada, la desenvainó y de un tajo le cortó la oreja al criado del sumo sacerdote.
Jesús le dijo:
+ — «Envaina la espada: que todos los que empuñan espada, a espada morirán. ¿Piensas tú que no puedo acudir a mi Padre? Él me mandaría enseguida más de doce legiones de ángeles. ¿Cómo se cumplirían entonces las Escrituras que dicen que esto tiene que pasar?».
C. Entonces dijo Jesús a la gente:
+ — «¿Habéis salido a prenderme con espadas y palos como si fuera un bandido? A diario me sentaba en el templo a enseñar y, sin embargo, no me prendisteis. Pero todo esto ha sucedido para que se cumplieran las Escrituras de los profetas».
C. En aquel momento todos los discípulos lo abandonaron y huyeron.
El proceso judío
C. Los que prendieron a Jesús lo condujeron a casa de Caifás, el sumo sacerdote, donde se habían reunido los escribas y los senadores. Pedro lo seguía de lejos hasta el palacio del sumo sacerdote y, entrando dentro, se sentó con los criados para ver como terminaba aquello.
Los sumos sacerdotes y el Consejo en pleno buscaban un falso testimonio contra Jesús para condenarlo a muerte y no lo encontraban, a pesar de los muchos falsos testigos que comparecían. Finalmente, comparecieron dos que declararon:
S. — «Éste ha dicho: «Puedo destruir el templo de Dios y reconstruirlo en tres días».»
C. El sumo sacerdote se puso en pie y le dijo:
S. — «¿No tienes nada que responder? ¿Qué son estos cargos que levantan contra ti?».
C. Pero Jesús callaba. Y el sumo sacerdote le dijo:
S. — «Te conjuro por Dios vivo a que nos digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios».
C. Jesús le respondió:
+ — «Tú lo has dicho. Más aún, yo os digo: desde ahora veréis que el Hijo del hombre está sentado a la derecha del Todopoderoso y que viene sobre las nubes del cielo».
C. Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras diciendo:
S. — «Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué decidís?».
C. Y ellos contestaron:
S. — «Es reo de muerte».
C. Entonces le escupieron a la cara y lo abofetearon; otros lo golpearon diciendo:
S. — «Haz de profeta, Mesías; dinos quién te ha pegado».
C. Pedro estaba sentado fuera en el patio y se le acercó una criada y le dijo:
S. — «También tú estabas con Jesús el Galileo».
C. Él lo negó delante de todos diciendo:
S. — «No sé qué quieres decir».
C. Y al salir al portal lo vio otra y dijo a los que estaban allí:
S. — «Éste estaba con Jesús el Nazareno».
C. Otra vez negó él con juramento:
S. — «No conozco a ese hombre».
C. Poco después se acercaron los que estaban allí y dijeron a Pedro:
S. — «Seguro; tú también eres de ellos, tu acento te delata».
C. Entonces él se puso a echar maldiciones y a jurar diciendo:
S. — «No conozco a ese hombre».
C. Y enseguida cantó un gallo. Pedro se acordó de aquellas palabras de Jesús: «Antes de que cante el gallo me negarás tres veces». Y saliendo afuera, lloró amargamente.
El proceso romano
C. Al hacerse de día, todos los sumos sacerdotes y los ancianos del pueblo se reunieron para preparar la condena a muerte de Jesús. Y atándolo lo llevaron y le entregaron a Pilato, el gobernador.
Entonces Judas, el traidor, viendo que lo habían condenado, se arrepintió y devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y ancianos diciendo:
S. — «He pecado entregando sangre inocente».
C. Pero ellos dijeron:
S. — «¿A nosotros qué? ¡Allá tú!».
C. Él, arrojando las monedas de plata en el templo, se marchó; y fue y se ahorcó. Los sacerdotes, recogiendo las monedas de plata, dijeron:
S. — «No es lícito echarlas en el arca de las ofrendas porque son precio de sangre».
C. Y, después de discutirlo, compraron con ellas el Campo del Alfarero para cementerio de forasteros. Por eso aquel campo se llama todavía «Campo de Sangre». Así se cumplió lo dicho por medio del profeta Jeremías:
«Y tomaron las treinta monedas de plata, el precio de uno que fue tasado, según la tasa de los hijos de Israel, y pagaron con ellas el Campo del Alfarero, como me lo había ordenado el Señor».
Jesús fue llevado ante el gobernador, y el gobernador le preguntó:
S. — «¿Eres tú el rey de los judíos?».
C. Jesús respondió:
+ — «Tú lo dices».
C. Y mientras lo acusaban los sumos sacerdotes y los ancianos no contestaba nada. Entonces Pilato le preguntó:
S. — «¿No oyes cuántos cargos presentan contra ti?».
C. Como no contestaba a ninguna pregunta, el gobernador estaba muy extrañado. Por la fiesta, el gobernador solía liberar un preso, el que la gente quisiera. Tenía entonces un preso famoso, llamado Barrabás. Cuando la gente acudió, dijo Pilato:
S. — «¿A quién queréis que os suelte, a Barrabás o a Jesús, a quien llaman el Mesías?».
C. Pues sabía que se lo habían entregado por envidia. Y mientras estaba sentado en el tribunal, su mujer le mandó a decir:
S. — «No te metas con ese justo porque esta noche he sufrido mucho soñando con él».
C. Pero los sumos sacerdotes y los ancianos convencieron a la gente para que pidieran la libertad de Barrabás y la muerte de Jesús.
El gobernador preguntó:
S. — «¿A cuál de los dos queréis que os suelte?».
C. Ellos dijeron:
S. — «A Barrabás».
C. Pilato les preguntó:
S. — «¿Y qué hago con Jesús, llamado el Mesías?».
C. Contestaron todos:
S. — «Sea crucificado».
C. Pilato insistió:
S. — «Pues, ¿qué mal ha hecho?».
C. Pero ellos gritaban más fuerte:
S. — «¡Sea crucificado!».
C. Al ver Pilato que todo era inútil y que, al contrario, se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las manos ante la gente, diciendo:
S. — «Soy inocente de esta sangre. ¡Allá vosotros!».
C. Todo el pueblo contestó:
S. — «¡Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!».
C. Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.
Entonces los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la cohorte: lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y trenzando una corona de espinas se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y, doblando ante él la rodilla, se burlaban de él diciendo:
S. — «¡Salve, rey de los judíos!».
C. Luego lo escupían, le quitaban la caña y le golpeaban con ella la cabeza. Y terminada la burla, le quitaron el manto, le pusieron su ropa y lo llevaron a crucificar.
Crucifixión, muerte y sepultura de Jesús
C. Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a que llevara la cruz.
Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota (que quiere decir lugar de «la Calavera»), le dieron a beber vino mezclado con hiel; él lo probó, pero no quiso beberlo. Después de crucificarlo, se repartieron su ropa echándola a suertes y luego se sentaron a custodiarlo. Encima de la cabeza colocaron un letrero con la acusación: «Éste es Jesús, el rey de los judíos». Crucificaron con él a dos bandidos, uno a la derecha y otro a la izquierda. Los que pasaban, lo injuriaban, y meneando la cabeza, decían:
S. — «Tú que destruyes el templo y lo reconstruyes en tres días, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, baja de la cruz».
C. Igualmente los sumos sacerdotes con los escribas y los ancianos se burlaban también diciendo:
S. — «A otros ha salvado y él no se puede salvar. ¡Es el Rey de Israel!, que baje ahora de la cruz y le creeremos. Confió en Dios, que lo libre si es que lo ama, pues dijo: «Soy Hijo de Dios»».
C. De la misma manera los bandidos que estaban crucificados con él lo insultaban.
Desde la hora sexta hasta la hora nona vinieron tinieblas sobre toda la tierra. A la hora nona, Jesús gritó con voz potente:
+ — «Elí, Elí, lemá sabaqtaní?».
C. (Es decir:
+ — «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»).
C. Al oírlo algunos de los que estaban allí dijeron:
S. — «Está llamando a Elías».
C. Enseguida uno de ellos fue corriendo, cogió una esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una caña, le dio de beber. Los demás decían:
S. — «Déjalo, a ver si viene Elías a salvarlo».
C. Jesús, gritando de nuevo con voz potente, exhaló el espíritu.
Todos se arrodillan, y se hace una pausa.
C. Entonces el velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo; la tierra tembló, las rocas se rajaron, las tumbas se abrieron y muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron. Después que él resucitó salieron de las tumbas, entraron en la Ciudad Santa y se aparecieron a muchos.
El centurión y sus hombres, que custodiaban a Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba dijeron aterrorizados:
S. —Realmente éste era Hijo de Dios.
[C. Había allí muchas mujeres que miraban desde lejos, aquellas que habían seguido a Jesús desde Galilea para atenderlo; entre ellas, María Magdalena y María, la madre de Santiago y José, y la madre de los Zebedeos.
Al anochecer llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que era también discípulo de Jesús. Éste acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. Y Pilato mandó que se lo entregaran. José, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia, lo puso en el sepulcro nuevo que se había excavado en una roca, rodó una piedra grande a la entrada del sepulcro y se marchó.
María Magdalena y la otra María se quedaron allí sentadas enfrente del sepulcro.
A la mañana siguiente, pasado el día de la Preparación, acudieron en grupo los sumos sacerdotes y los fariseos a Pilato y le dijeron:
S. —Señor, nos hemos acordado que aquel impostor estando en vida anunció: «A los tres días resucitaré.» Por eso da orden de que vigilen el sepulcro hasta el tercer día, no sea que vayan sus discípulos, se lleven el cuerpo y digan al pueblo: «Ha resucitado de entre los muertos.» La última impostura sería peor que la primera.
Pilato contestó:
S. —Ahí tenéis la guardia: id vosotros y asegurad la vigilancia como sabéis.
C. Ellos fueron, sellaron la piedra y con la guardia aseguraron la vigilancia del sepulcro.
La liturgia del Domingo de Ramos tiene cierto sabor agridulce. Comienza conmemorando la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén y acaba narrando la historia dolorosa de su pasión y muerte, una historia que este año leeremos según la versión de Mateo y en la que resuena aquella otra del justo sufriente, tal como ha quedado plasmada en los “Cantos del siervo” de Isaías o en el salmo 21, que tantas similitudes presentan con el relato de la pasión de Jesús. La Carta a los Filipenses nos ayuda a contemplar este drama de fracaso y sufrimiento humano desde sus motivaciones más profundas, como fruto de la obediencia a la voluntad del Padre, que por eso mismo exaltó a su Hijo y no lo abandonó al poder de la muerte.
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COMPRENDER EL TEXTO:
NOTAS:
- Previo:
- El mejor modo de orar la pasión es “estar”, permanecer en cada escena, mirar, oír, sentir, y pedir sensibilidad para percibir que todo esto lo sufrió el Señor “por mí”.
Al redactar los últimos capítulos de su evangelio, Mateo tuvo muy en cuenta el relato anterior de Marcos, que a su vez depende de una tradición muy antigua. Mateo introdujo ligeros retoques: sus personajes están mejor caracterizados, algunos episodios ganan en claridad, y pone muchas más referencias al AT. Lo que quiere subrayar Mateo en su relato de la pasión que Jesús es el Hijo que lleva hasta sus últimas consecuencias la obediencia a la voluntad del Padre; muestra las diversas actitudes que se dan ante él en este momento crítico de su vida. Leyendo el relato con detenimiento, es difícil permanecer fuera del drama; los cristianos de cualquier época pueden reconocer su propia respuesta a Jesús en las de aquellos que le rodearon en sus últimos momentos. Vamos a analizarlo según las secciones que están indicadas en letra roja para facilitar la meditación.
Traición de Judas
El plan de los sacerdotes y de los ancianos del pueblo para matar a Jesús (Mt 26,3-5) encuentra un aliado entre los mismos discípulos de Jesús. Es importante en este pasaje el verbo “entregar”, que ha ido apareciendo en los anuncios de la pasión, y que es un tema que atraviesa todo el relato. Judas es descrito sistemáticamente como “el que lo entregó”. Mateo presenta a la figura de Judas no sólo como el discípulo que traicionó a Jesús, sino también como tipo de los discípulos que rompen definitivamente su vinculación con el Maestro. Judas entrega a Jesús a cambio de dinero: este dato se subraya y recuerda las advertencias de Jesús a sus discípulos sobre el peligro de las riquezas; pero lo más importante ahora es que, en la entrega de estas treinta monedas, se cumple una profecía del AT en Zacarías 11,12 (una alegoría de la ruptura de la alianza, en la que un pastor cobra treinta monedas por ovejas que van al matadero). Pero la entrega que Judas hace de Jesús es sólo una parte del drama. En realidad es Jesús mismo quien se entrega, ya que es consciente de lo que va a suceder y asume desde el principio su destino. Más adelante, el evangelista descubrirá que la raíz de dicha entrega de Jesús se encuentra en la voluntad del Padre, asumida por Jesús como Hijo obediente. Hay también, pues, una entrega del Padre.
La Cena de pascua
Mateo sitúa los acontecimientos siguientes en el marco de la cena pascual que era el acontecimiento principal de la fiesta de pascua; era una celebración familiar –Jesús se reúne con su nueva familia, sus discípulos-, en la que se recordaba la liberación de Egipto. El primer día de la fiesta estaba dedicado a los preparativos de la cena. Jesús, que no tenía casa en Jerusalén, tiene que procurarse un lugar donde celebrarla. En estos preparativos, Mateo no da explicaciones, sobresale sólo la voluntad de Jesús.
En el marco de la cena, “mientras comían”, Jesús anuncia la traición; Jesús conoce lo que han tramado contra él. De este modo se manifiesta lo que va a ocurrir como una entrega voluntaria de Jesús, que sabe que corresponde al plan de Dios, manifestado en las Escrituras. Cuando se trata de identificar al traidor, todos los discípulos llaman a Jesús “Señor”, reconociéndole como tal, menos Judas; éste le llama “rabí, Maestro”, un apelativo que utilizan los adversarios de Jesús en este evangelio (en Mt tiene un sentido negativo). Es decir, Judas habla como los enemigos de Jesús porque no ha comprendido que él es el Señor.
La escena siguiente –la institución de la eucaristía-, revela más claramente que es Jesús quien se entrega y descubre a sus discípulos el sentido profundo de esta entrega. En la cena de pascua, el padre de familia repartía a todos el pan sin levadura, en recuerdo de la liberación de Egipto, y pasaba varias veces la copa acompañando el gesto con oraciones. Jesús da a estos gestos un significado nuevo a través de las palabras que pronuncia sobre ellos: no se refieren ya al acontecimiento del éxodo, sino a su propia muerte. Jesús pronuncia sobre el pan la oración con la que se bendecía a Dios por el maná con que alimentó a su pueblo, pero, al entregárselo a sus discípulos, le da un significado nuevo: esta pan partido y entregado es su propio cuerpo. Cuando les entrega la copa, explicita aún más el sentido de su entrega. El vino es su sangre “derramada por todos”. Mt añade: “para el perdón de los pecados”. Jesús se presenta a sí mismo como el nuevo cordero pascual, a través del cual Dios va a establecer una alianza nueva. Estas palabras de Jesús son compendio de lo que había sido su vida y su misión: una vida entregada y derramada por todos. Pero al mismo tiempo son una explicación del sentido de su muerte, pues su entrega será la realización definitiva de la misión que el Padre le había confiado antes de nacer: salvar a los hombres del pecado (Mt 1,21: “le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados”). Los gestos de Jesús nos sitúan en el horizonte de su muerte, pero ésta no es la palabra definitiva: detrás de ella se encuentra el reino del Padre, en el que Jesús beberá un vino nuevo junto con sus discípulos. Es ésta la primera alusión a la resurrección, que introduce en el marco de la cena un clima de espera confiada.
En el monte de los Olivos
Después de cantar los himnos con que concluía la cena de pascua (Sal 114-118), Jesús y sus discípulos abandonan la ciudad y se dirigen hacia el monte de los Olivos, situado al otro lado del torrente Cederrón, en la parte oriental de Jerusalén.
Lo primero que tiene lugar aquí es que Jesús anuncia el abandono de sus discípulos y la negación de Pedro, lo mismo que había hecho con la traición de Judas. Mateo insiste en esta consciencia de Jesús para que se vea con claridad que él acepta libremente su destino. Más adelante se cumplirá todo esto. El abandono de los discípulos revela el escándalo, la piedra en la que se puede tropezar, en el seguimiento de Jesús. Pero incluso esto entra en el designio de Dios: ante la cruz, el rebaño de Jesús se dispersará (es una profecía de Zac 13,7). Pero él los congregará de nuevo en Galilea. Pedro, en nombre de los discípulos, manifiesta el deseo de no sucumbir; es una actitud que manifiesta su adhesión a Jesús, pero su fe es todavía débil, y por eso no podrá cumplir sus promesas. Los demás discípulos, que corroboran las palabras de Pedro, le abandonaron antes que él.
La oración de Jesús en Getsemaní es una de las escenas más impresionantes del relato de la pasión. Se acerca el momento en que lo anticipado en la cena se tiene que cumplir en la entrega de su vida por todos. Es un trago amargo, que le hace experimentar intensamente el miedo y la angustia. Getsemaní es paso obligado en el camino que va del cenáculo al calvario. A lo largo de todo el relato de la pasión, Mateo subrayará el dominio de Jesús, su valor y decisión, pero esta escena deja entrever la otra cara de la realidad y nos introduce en el drama profundo. Jesús experimenta la dificultad de aceptar su muerte como camino para que se manifieste el designio salvador de Dios. La oración es el ámbito en el que Jesús busca, descubre y acepta la voluntad de Dios. Las palabras con las que se expresa esta aceptación, “hágase tu voluntad”, son las mismas que él había enseñado a sus discípulos. Es esta obediencia un rasgo fundamental para reconocerle como “Hijo”.
Aparece también la relación más cercana de Jesús con un pequeño grupo de discípulos a los que manifiesta su angustia. Ellos son incapaces de mantenerse en vela unidos a él (“velad conmigo” sólo en Mt). Por eso no serán capaces de seguirle en su pasión. Así se ve que también los discípulos sólo podrán encontrar en el diálogo con el Padre la fuerza para cumplir su voluntad. Este episodio tiene una estrecha relación con el padrenuestro: en ambas se llama a Dios “Padre” y el centro está en cumplir su voluntad, y en ambas está el peligro de caer en tentación.
Tras esta oración, entregado a la voluntad del Padre, Jesús podrá dirigirse voluntariamente hacia el que va a entregarle. Comienza a cumplirse el plan tramado por Judas y los jefes de los sacerdotes, con el arresto de Jesús. También aquí se subraya la voluntad de Jesús, el cumplimiento de la Escritura; incluso se inserta una enseñanza al impedir a sus discípulos imponerse por la fuerza: les exhorta a no utilizar la violencia ni siquiera para defender una causa justa. Él ha elegido el camino del amor y la misericordia, que rompen la espiral que genera la violencia. A partir de aquí todo el relato será una sucesión de entregas: Judas no sólo ha abandonado el seguimiento, sino que entrega a Jesús, y lo hace con un gesto hipócrita pactado con los jefes de los sacerdotes; éstos lo entregarán al procurador romano, que a su vez lo entregará al pueblo. Consumado el arresto, “todos los discípulos lo abandonaron y huyeron”.
El proceso judío
El escenario se traslada a la ciudad, a casa del sumo sacerdote Caifás, donde se han reunido los jefes de los sacerdotes, los maestros de la ley y los miembros del Consejo de Ancianos. Después del abandono de los discípulos, Pedro “le sigue” (verbo que denota su condición de discípulo) pero de lejos.
Mateo subraya la injusticia de este proceso contra Jesús; no es un proceso limpio, pues el objetivo es buscar una acusación falsa contra él (las palabras de que le acusan nunca aparecen en Mt en labios de Jesús); los líderes judíos han rechazado a Jesús y su enseñanza y buscan por todos los medios acabar con él.
El pasaje contiene una de las confesiones de fe más completas de todo el evangelio: en las acciones y palabras de Jesús y de sus adversarios van apareciendo los títulos con los que la comunidad de Mateo confesaba su fe en Jesús: Siervo, Mesías, Hijo de Dios e Hijo del hombre. Su actitud silenciosa ante la primera acusación recuerda la figura del Siervo sufriente, lo mismo que las burlas de que es objeto. Más adelante, en su respuesta al sumo sacerdote, Jesús revela que es el Mesías esperado, el Hijo de Dios y el Hijo del hombre, título que en este evangelio se refiere a su condición de juez escatológico. Sorprendentemente, en el momento en que Jesús es condenado, es cuando manifiesta su verdadera identidad.
La respuesta del sumo sacerdote es una nueva acusación: de blasfemia, el mismo cargo de que le habían acusado los testigos falsos. La resolución de los jefes de los sacerdotes es la condena a muerte, aunque los lectores saben que la condena no es fruto del juicio, sino algo previamente acordado (Mt 26, 4.59). A la condena siguen las burlas.
Las negaciones de Pedro cumplen lo anunciado por Jesús. La situación a la que se enfrenta Pedro describe muy bien la “tentación” de la que Jesús había hablado en Getsemaní. La tentación, la única gran tentación, consiste en abandonar el camino del seguimiento de Jesús. Los que rodean a Pedro le reconocen como uno de los discípulos de Jesús, pero él lo niega públicamente; sus negaciones van creciendo en intensidad: primero no sabe de qué le hablan, luego niega con juramento conocer a Jesús, y finalmente prorrumpe en maldiciones y juramentos asegurando no conocerle. Al negar a Jesús, Pedro está negando su condición de discípulo, se está negando a sí mismo. El canto del gallo le hace caer en la cuenta de lo que acaba de hacer. No ha sido capaz de acompañar a Jesús hasta la cruz, su fe es débil porque no supo orar con Jesús en Getsemaní, ha sucumbido a la tentación. Por eso llora amargamente, y su llanto recoge las lágrimas de todos los discípulos vacilantes que en los momentos de prueba siguen negando a Jesús.
El proceso romano
De la casa de Caifás, Jesús es conducido a la casa del procurador romano, Pilato. Pudo ser porque los judíos no tenían jurisdicción para ejecutar la pena capital (así en Jn 18,31, aunque esto no está históricamente probado con seguridad), o como una maniobra de los jefes de los sacerdotes para evadir su responsabilidad ante el pueblo. Pilato fue procurador de Judea desde el año 26 hasta el 36 d.C. Habitualmente residía en Cesarea, pero con motivo de las grandes fiestas se trasladaba a Jerusalén, para vigilar posibles disturbios, más frecuentes entonces por la afluencia de peregrinos. Es el cumplimiento de que Jesús “sería entregado a los paganos” (Mt 17,22).
Mateo ha situado el episodio de la muerte de Judas después de la entrega de Jesús para su proceso ante el procurador romano; situado en este punto, el cambio de actitud de Judas –remordimiento- revela la iniquidad del proceso y la inocencia de Jesús. Mateo alude a la desesperación. El precio de la sangre inocente significa la responsabilidad por la muerte de Jesús, responsabilidad que ahora nadie quiere aceptar; pero en esto también se cumple la profecía de Zac 11,12-13 (aunque el autor la atribuye a Jeremías).
Se retoma el hilo y se narra el proceso romano ante Pilato. Aquí todavía aparece con más claridad la inocencia de Jesús y la responsabilidad del pueblo. La tradición sitúa el interrogatorio en el Pretorio, en la Fortaleza Antonia, que se alzaba al norte de la explanada del templo. La pregunta que Pilato hace a Jesús revela que los jefes de los sacerdotes han cambiado la acusación religiosa –es un blasfemo- por otra política –dice ser el rey de los judíos-; la primera no habría sido motivo para que el procurador lo condenara a muerte. El título “rey de los judíos” expresa una concepción política del Mesías, que era común en aquel tiempo. Jesús reconoce que es rey, pero su reino se rige por la voluntad de Dios, y en este momento él vuelve a su actitud silenciosa ante los que le acusan, la actitud del Siervo. Esto extraña a Pilato, que comienza a descubrir la inocencia de Jesús; esto se desprende de algunas alusiones que introduce Mt, aunque es menos probable históricamente que Pilato se tomara molestias por salvarle; en todo caso, Mt dice que Pilato “sabía que se lo habían entregado por envidia”; el sueño de su mujer insiste en esta línea; Pilato no se refiere a Jesús como “el rey de los judíos” (título de la acusación) sino como “el llamado Cristo”; finalmente, se lava las manos.
Los jefes de los sacerdotes han convencido al pueblo para que pida la muerte de Jesús; ahora se hace realidad el drama de la parábola de los viñadores malvados (Mt 21, 22-46): el pueblo de Dios matará al Hijo, como hizo con los profetas, y como hará con los mensajeros del evangelio (Mt 23, 34-35). Una lectura interesada a utilizado en la historia este pasaje de Mt para justificar el antisemitismo de tipo religioso, aduciendo que el pueblo judío fue el causante de la muerte de Jesús; pero esta lectura no está en la intención de Mateo, cuyo propósito es otro: mostrar cómo en Jesús, el Justo, el Mesías, se cumple la voluntad de Dios, y en ese plan misterioso, Dios cuenta con que se produce el rechazo de su pueblo.
El proceso termina con el escarnio de Jesús, de igual modo que había terminado el proceso judío. La burla tiene como motivo la acusación falsa que han hecho contra Jesús y ha motivado su condena: pretender ser el rey de los judíos. La ironía está –como también en el caso anterior sobre el título de Mesías- en que se juega con la identidad de Jesús: los creyentes reconocen que en esta brutalidad de los gestos aparece el misterio de porqué Jesús ha sido rechazado: él es Rey, pero su reinado no es de este mundo, y es precisamente en el momento de la más profunda humillación cuando se manifiesta su misterio, el del que ha venido a derramar su vida por todos.
Crucifixión, muerte y sepultura de Jesús
El escenario de los acontecimientos se traslada del Pretorio al Gólgota, una cantera abandonada, situada en las afueras de la ciudad, cerca de la Puerta del Agua, donde solían ajusticiar a los condenados a muerte. El camino hacia el Gólgota apenas se describe: el reo era conducido por las calles de la ciudad llevando sobre sus hombros la parte trasversal de la cruz y un cartel con el motivo de la condena. Este camino no sólo era algo doloroso, sino tremendamente ultrajante. En el camino aparece fugazmente Simón de Cirene, a quien obligan a llevar al cruz de Jesús: los evangelios han conservado este detalle porque Simón cumple, sin saberlo, la recomendación que Jesús había hecho a sus discípulos de cargar con la cruz (Mt 10,38: 16,24); es un personaje secundario que en la pasión está más cerca de Jesús que sus propios discípulos.
En el relato de la crucifixión, Mateo está más interesado en el sentido de los acontecimientos que en narrar los hechos. Por eso se fija en el valor simbólico de todo lo que sucede alrededor. Su relato es una confesión de fe manifestada a través de tres convicciones: a) la muerte de Jesús responde al designio de Dios manifestado en las Escrituras, b) fue condenado injustamente, c) y al morir manifestó su condición de Hijo de Dios. La escena de la crucifixión está llena de referencias a texto del AT en los que los primeros cristianos encontraron un anuncio de la muerte de Jesús: el vino mezclado con una sustancia amarga (Sal 69,21); los vestidos echados a suertes (Sal 22,19); toda la escena de las burlas (Is 53,12; Sal 22,7-9); el cielo se oscurece (Am 8,9). La muerte de Jesús fue interpretada, pues, como cumplimiento de un designio misterioso de Dios que estaba manifestado en las Escrituras. Vuelven a aparecer las dos acusaciones falsas, con lo que se insiste en la injusticia de la condena. Finalmente, las burlas de los transeúntes son un eco de las tentaciones: los que pasan delante de la cruz, como Satanás entonces, relacionan la condición de Hijo de Dios con el poder y la gloria. Pero Jesús está manifestando su condición de Hijo en la obediencia al Padre.
La muerte de Jesús es para Mt el momento culminante de la historia de la salvación. Sus últimas palabras corresponden al comienzo del Salmo 22. La interpretación de este grito de Jesús –“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”- ocupa un lugar importante: para los presentes es un grito de desesperación; según ellos, Jesús llama a Elías para que venga a salvarle; sin embargo, el grito desgarrado con que comienza el salmo se convierte después en una oración confiada. Al escuchar estas palabras, los primeros cristianos ponían en boca de Jesús el salmo completo, y desde él comprendían la confianza de Jesús en este momento decisivo. La descripción de la muerte es muy breve. Mateo ha cambiado el verbo utilizado por Marcos (expiró) por el de “entregó el espíritu”, para subrayar definitivamente la entrega voluntaria de Jesús.
La enumeración de los signos que acompañan a la muerte sólo se encuentra en este evangelio: es el tipo de signos que, según la tradición apocalíptica, precederían a la manifestación de Dios al final de los tiempos: la sustitución del templo, la conmoción de toda la tierra, y sobre todo la resurrección de los justos, que anuncia la de Jesús. Estos signos extraordinarios revelan la presencia de Dios cuando parece estar más ausente, y son una respuesta al aparente abandono de Jesús.
Después, el evangelista menciona a dos grupos de personas que son testigos de estos acontecimientos. Por una parte, el centurión con sus soldados: él es un pagano, y se le unen los demás soldados, y sus palabras las pronuncia justo en el momento de la muerte de Jesús: “realmente éste era Hijo de Dios”. Esta confesión, puesta en labios de un pagano, expresa la fe cristiana: Jesús es el Hijo de Dios, y lo es precisamente en la cruz. Por otra parte, las mujeres, que serán también testigos de la sepultura. Mateo las presenta como discípulas de Jesús, al decir que “le seguían” (el verbo que expresa la condición de discípulo) y “le servían” (la actitud que mejor caracteriza a los seguidores de Jesús). Ellas no le han abandonado, sino que le han seguido hasta el final.
El cuerpo de Jesús es colocado en un sepulcro nuevo. Mateo presenta a José de Arimatea como un discípulo capaz de arriesgar su posición y su fortuna para servir a Jesús. Es el último de una serie de “personajes secundarios” que han sabido acompañar y reconocer a Jesús en el trance de su pasión: la mujer de Betania, la mujer de Pilato e incluso éste (en cuanto que ve su inocencia), los soldados al pie de la cruz, Simón de Cirene, las mujeres. Mateo establece un contraste intencionado entre la actitud de estos personajes y la actitud cobarde del grupo de discípulos, que han abandonado a Jesús en el momento de la prueba.
El sepulcro de Jesús tiene en Mateo una importancia excepcional. Ello se explica por las diversas interpretaciones que se dieron al sepulcro vacío: para los cristianos será un signo (no prueba) de que Jesús ha resucitado; sin embargo, algunos grupos judíos difundieron el rumor de que los discípulos habían robado el cuerpo de Jesús. El evangelista explica el origen de este rumor y quiere demostrar su falsedad. El motivo que los jefes de los sacerdotes y los fariseos aducen para custodiar el sepulcro hace referencia a los anuncios de la pasión, en los que se habla de la resurrección “al tercer día” (Dios se manifestará como Dios de la vida que vence a la muerte el día “en que actúa”). Pilato, de nuevo, se queda al margen y les encarga la vigilancia. El sellado de la piedra y la guarda del sepulcro son el fin de la actuación humana sobre el cuerpo de Jesús. Más allá de esa piedra sellada, más allá de la muerte, sólo Dios puede actuar.