LECTIO DIVINA – CICLO A – PASCUA DOMINGO VIII «PENTECOSTÉS»

Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles 2, 1-11

Lectio: composición gráfica utilizando los motivos principales de la vidriera de la parroquia de la Natividad de Nuestra Señora en Moratalaz, Madrid

Al cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar. De repente, se produjo desde el cielo un estruendo, como de viento que soplaba fuertemente, y llenó toda la casa donde se encontraban sentados. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se dividían, posándose encima de cada uno de ellos. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse.
Residían entonces en Jerusalén judíos devotos venidos de todos los pueblos que hay bajo el cielo. Al oírse este ruido, acudió la multitud y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propia lengua. Estaban todos estupefactos y admirados, diciendo:
«¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces, ¿cómo es que cada uno de nosotros los oímos hablar en nuestra lengua nativa?
Entre nosotros hay partos, medos, elamitas y habitantes de Mesopotamia, de Judea y Capadocia, del Ponto y Asia, de Frigia y Panfilia, de Egipto y de la zona de Libia que limita con Cirene; hay ciudadanos romanos forasteros, tanto judíos como prosélitos; también hay cretenses y árabes; y cada uno los oímos hablar de las grandezas de Dios en nuestra propia lengua».

Salmo 103, 1ab y 24ac. 29bc-30. 31 y 34

R./ Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra.

Bendice, alma mía, al Señor:
¡Dios mío, qué grande eres!
Cuántas son tus obras, Señor;
la tierra está llena de tus criaturas. R./

Les retiras el aliento, y expiran
y vuelven a ser polvo;
envías tu espíritu, y los creas,
y repueblas la faz de la tierra. R./

Gloria a Dios para siempre,
goce el Señor con sus obras;
que le sea agradable mi poema,
y yo me alegraré con el Señor. R./

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 12, 3b-7. 12-13

Hermanos:
Nadie puede decir: «Jesús es Señor», sino por el Espíritu Santo.
Y hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. Pero a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común.
Pues, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo.
Pues todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu.

Lectura del santo Evangelio según san Juan 20, 19-23

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:

«Paz a vosotros».

Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:

«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».

Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:

«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».

Cincuenta días después de haber celebrado la resurrección de Jesús, concluimos hoy el tiempo de Pascua. Pentecostés es la “Pascua granada”, la Pascua madura que produce su mejor fruto: el envío del Espíritu Santo. Y de ello hablan las lecturas que hoy hacemos, cada una desde su perspectiva. Tanto el relato evangélico como el libro de los Hechos de los Apóstoles nos ofrecen su propia versión de este acontecimiento, resaltando diversos aspectos de un mismo misterio. Más allá de toda diferencia existe una coincidencia de fondo. En ambos casos se resalta que el Espíritu es el don que el Señor hace a sus discípulos para que puedan continuar su misión. El salmo nos invita a entender este momento como una “nueva creación”, y Pablo nos recuerda que la acción del Espíritu se manifiesta de múltiples maneras, todas ellas para el bien de la comunidad.

COMPRENDER EL TEXTO:
El evangelio es el mismo del segundo domingo de Pascua, aunque abreviado, hoy destacamos los aspectos más relacionados con la fiesta de Pentecostés.

 

Algunos comentaristas han llamado a esta página del evangelio de Juan el “Pentecostés del cuarto evangelio”, pues parece una presentación diferente del mismo acontecimiento que Lucas nos describe en el pasaje de Hechos proclamado hoy como primera lectura. Aunque cada autor sitúa en un momento, temporalmente diferente, el acontecimiento. Si, para Lucas, el marco de la venida del Espíritu es la fiesta de Pentecostés, en Juan no se establece un plazo de tiempo entre la Pascua y la venida del Espíritu, ni tampoco sitúa esta venida en el marco de la fiesta de Pentecostés. A diferencia de Hechos, presenta las cosas como si todo hubiera sucedido el mismo día de la resurrección. Recordamos a propósito de esto, que los evangelios no son “crónicas” estrictamente históricas y que las diferencias que encontramos entre ellos se explican por las diversas perspectivas teológicas propias de cada uno. De hecho, en lo que Juan está sumamente interesado es en mostrar la estrecha relación que existe entre la resurrección de Jesús y la efusión del Espíritu como aspectos complementarios de una misma realidad.

La imagen utilizada por el evangelista es significativamente gráfica. El Espíritu Santo no aparece aquí simbolizado por un viento impetuoso o por llamas de fuego, como en Hechos, sino por el mismo aliento vital del Resucitado, que “sopla” sobre sus discípulos. Esto nos recuerda el mismo gesto que Dios hizo al crear al ser humano (Gn 2,7).

El don del Espíritu hace de los discípulos personas recreadas, los libera de su vieja condición de “encerrados” y los prepara para asumir nuevos desafíos. Si leemos con atención este pasaje descubriremos que el relato de Juan vincula este acontecimiento con el envío a la misión, pues sitúa una cosa inmediatamente a continuación de la otra.

En este aspecto del envío, el cuarto evangelio coincide en gran parte con la perspectiva del libro de los Hechos (Hch 1,8). Jesús envía a los discípulos como él ha sido enviado por el Padre, pero no los deja solos, sino que les entrega el Espíritu para que puedan llevar a cabo la misión. Sin la garantía del Espíritu, la comunidad no hubiera superado sus “miedos” y la Iglesia quizás no se hubiera puesto en marcha. Pero el evangelio de Juan añade un detalle significativo, introduce junto a la recepción del Espíritu el tema del perdón de los pecados, con lo que la misión encomendada a los discípulos se presenta como una tarea de reconciliación universal.

Recordemos que la donación del Espíritu a los discípulos no es un “relato sorpresa”, es decir, algo totalmente inesperado dentro de la trama del evangelio de Juan. De hecho, Jesús lo había prometido repetidamente a los discípulos durante su despedida en la última cena. Lo podemos leer en Juan 14,15.26; 15,26; 16,7-15.

El acontecimiento de Pentecostés no es algo que pertenece sólo al pasado. El Espíritu Santo continúa vivo y sigue manifestándose en nuestro mundo, en personas y situaciones concretas.

ACTUALIZAMOS:
La venida del Espíritu Santo no tiene fecha fija. Juan la sitúa en el momento de la resurrección, y el libro de los Hechos, cincuenta días después de la Pascua. Por eso hoy también puede ser Pentecostés. El Señor Jesús, que derramó su Espíritu sobre nosotros el día de nuestro bautismo, no deja de renovar ese don para que podamos continuar la misión que él mismo recibió del Padre.

 

  1. El Espíritu Santo ha sido llamado muchas veces “el Gran Desconocido”:
    ¿Cómo te ayudan los textos de hoy para conocer mejor quién es y cómo actúa?
  2. El Espíritu Santo es el aliento vital del Resucitado que actúa en nosotros. Su presencia no se ve, pero…
    ¿De qué modo debería “verse”, es decir, notarse en la vida de los creyentes?
  3. “Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados:
    ¿Qué podríamos hacer para concretar en nuestra vida personal y comunitaria esa misión de reconciliación a la que somos enviados?
  4. También hoy los cristianos vivimos a menudo “encerrados, con las puertas cerradas” y con miedo, reacios a la esperanza:
    ¿No será que nos resistimos a dejarnos mover por el Espíritu?
    ¿Qué cambiaría en nosotros y en quienes nos rodean si nos hacemos más dóciles a su acción?

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