LECTIO DIVINA – CICLO A – TIEMPO ORDINARIO DOMINGO XXIX

Lectura del Profeta Isaías. 45, 1. 4-6.

Lectio: composición gráfica utilizando los motivos principales de la vidriera de la parroquia de la Natividad de Nuestra Señora en Moratalaz, Madrid Así dice el Señor a su Ungido, a Ciro a quien lleva de la mano: Doblegaré ante él las naciones, desceñiré las cinturas de los reyes, abriré ante él las puertas, los batientes no se le cerrarán. Por mi siervo Jacob, por mi escogido Israel, te llamé por tu nombre, te di un título, aunque no me conocías. Yo soy el Señor y no hay otro; fuera de mí no hay dios. Te pongo la insignia, aunque no me conoces, para que sepan de Oriente a Occidente que no hay otro fuera de mí. Yo soy el Señor y no hay otro.

Salmo 95.

R./ Aclamad la gloria y el poder del Señor.

Cantad al Señor un cántico nuevo,
cantad al Señor, toda la tierra.
Contad a los pueblos su gloria,
sus maravillas a todas las naciones. R./

Porque es grande el Señor y muy digno de alabanza,
más temible que todos los dioses.
Pues los dioses de los gentiles son apariencia,
mientras que el Señor ha hecho el cielo. R./

Familias de los pueblos, aclamad al Señor;
aclamad la gloria y el poder del Señor,
aclamad la gloria del nombre del Señor,
entrad en sus atrios trayéndole ofrendas. R./

Postraos ante el Señor en el atrio sagrado,
tiemble en su presencia la tierra toda.
Decid a los pueblos: «El Señor es rey,
él gobierna a los pueblos rectamente
».

Tesalonicenses. 1, 1-5b.

Pablo, Silvano y Timoteo, a la Iglesia de los tesalonicenses, en Dios Padre y en el Señor Jesucristo. A vosotros, gracia y paz. Siempre damos gracias a Dios por todos vosotros y os tenemos presentes en nuestras oraciones. Ante Dios, nuestro Padre, recordamos sin cesar la actividad de vuestra fe, el esfuerzo de vuestro amor y el aguante de vuestra esperanza en Jesucristo nuestro Señor.

Bien sabemos, hermanos amados de Dios, que él os ha elegido y que cuando se proclamó el Evangelio entre vosotros no hubo sólo palabras, sino además, fuerza del Espíritu Santo y convicción profunda, como muy bien sabéis.

Lectura del santo Evangelio según San Mateo. 22, 15-21

En aquel tiempo, los fariseos se retiraron y llegaron a un acuerdo para comprometer a Jesús con una pregunta. Le enviaron unos discípulos, con unos partidarios de Herodes, y le dijeron: –Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no te fijas en las apariencias. Dinos, pues, qué opinas: ¿es lícito pagar impuesto al César o no?

Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús: –¡Hipócritas!, ¿por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto.

Le presentaron un denario. Él les preguntó: –¿De quién son esta cara y esta inscripción?

Le respondieron: –Del César.

Entonces les replicó: –Pues pagadle al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios.

Las lecturas de este domingo ponen ante nuestra mirada, desde distintos ángulos, que Dios es el único Señor de la historia. Así lo expresa Isaías haciendo una lectura religiosa de los acontecimientos que vivía Israel: el rey Ciro de Persia era un “ungido del Señor” para liberar al pueblo del exilio en Babilonia. En el Evangelio, Jesús insiste en el señorío de Dios y, por lo tanto, en que ningún poder en la tierra es digno del culto que a él sólo hay que ofrecer. Los cristianos de Tesalónica, nos hace saber Pablo, son ejemplo de amor y esperanza en el Señor Jesús.

COMPRENDER EL TEXTO:
En los últimos domingos hemos leído tres parábolas con las que Jesús respondía a los jefes de los sacerdotes y a los ancianos del pueblo, quienes habían cuestionado la autoridad de sus palabras y de su actuación. A esas tres parábolas les suceden tres preguntas cargadas de mala intención. Hoy leeremos la controversia que se origina a raíz de la primera de ellas.

Los fariseos han escuchado las parábolas de Jesús y saben que se refieren a ellos. Se sienten identificados con el hijo que no fue a trabajar a la viña, con los labradores homicidas y con los invitados al banquete que se negaron a asistir. Necesitan tener alguna acusación firme contra Jesús para quitarlo de en medio, y por eso intentan acorralarle mediante preguntas comprometidas. Al formularle esas preguntas, se dirigen a Jesús llamándole “Maestro”. Es un apelativo que en el evangelio de Mateo sólo aparece en boca de quienes no saben quién es en realidad. Los que le conocen, como los discípulos, le llaman “Señor”.

Los enviados de los fariseos preguntan a Jesús sobre la obligación del pago del tributo al césar. El tema era muy discutido, pues representaba la forma más clara de la dominación romana. Muchos grupos, de carácter revolucionario, se oponían al pago de esos impuestos porque lo consideraban una ofensa a Dios, el único soberano de Israel. Pero también había quienes, desde una tendencia más pro-romana, defendían el pago del impuesto. Dar una respuesta era muy comprometido: si se manifestaba a favor del pago, le podían acusar de colaboracionista con el imperio ocupante y, si decía que era contrario, sería tildado de enemigo del emperador y revolucionario.

Jesús en primer lugar pone en evidencia las malas intenciones de quienes le preguntan, desvelando la hipocresía que se esconde tras la actitud de los fariseos. Primero, porque el interés de éstos no está en la respuesta, sino en poder acusar a Jesús. Y después, porque esos discípulos de los fariseos tenían la moneda del tributo en la que aparecía la imagen del emperador, algo abominable por cuanto que la religión judía prohibía la representación de imágenes humanas. Las palabras finales de Jesús, su respuesta definitiva, se entiende mejor si recordamos que, según el relato del Génesis, Dios deja impresa su imagen en el ser humano.

Jesús no responde como sus enemigos esperaban, sino que sitúa la cuestión en un nivel más profundo. Con frecuencia, las palabras “dad al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios” se han entendido mal, como si el evangelio invitara a un reparto de poderes: el césar gobernaría el ámbito de lo material, y Dios lo que se refiere al espíritu. Según eso, el ser humano estaría sometido a dos señores: el césar, representante del poder político, y a Dios, a quien corresponde el poder religioso. Sin embargo, el sentido de las palabras de Jesús es otro: el hombre, imagen del Creador, ha de reconocer a Dios como su único Señor. El emperador imprime su imagen en las cosas que le pertenecen, pero el ser humano, desde la creación del mundo, tiene impresa la imagen de Dios. Él es el único Señor, y los demás poderes han de ser relativizados.

ACTUALIZAMOS:
Jesús sale airoso de este primer intento de acorralarle. Y él es quien acorrala a los fariseos llamándoles la atención acerca de su manera de comprender su relación con Dios. También para nosotros las palabras de Jesús son un toque de atención. Hoy nos obligan a reflexionar acerca del Reinado de Dios y su señorío sobre la historia y sobre nuestras vidas.

  1. Dad a Dios lo que es de Dios”:
    ¿Cómo es el Dios del que nos habla el evangelio de hoy?
    ¿Cuál seria su principal exigencia?
  2. En lo que respecta a nuestra relación con Dios
    ¿En qué cosas concretas se puede ver que le reconocemos como nuestro único Señor?
  3. ¿De quién es esta imagen?”: En nuestro día a día, muchas imágenes van marcándonos.
    ¿Qué imágenes están impresas en nuestra vida?
    ¿Quiénes son nuestros otros señores?
  4. Con frecuencia usamos la expresión “es la viva imagen de sus padres”.
    ¿Qué hemos de trabajar en nuestra vida para que los que nos rodean puedan ver en nosotros la “viva imagen de nuestro Padre Dios?

Somos imagen de Dios. Nos ha marcado con su sello y somos suyos. Por eso no tenemos ningún ídolo y afirmamos el señorío de Dios sobre nuestras vidas. Le damos gracias a Dios porque se ha fijado en nosotros, y le pedimos perdón por las ocasiones en que ofrecemos incienso en otros altares.

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