LECTIO DIVINA – CICLO B – LA SAGRADA FAMILIA

Lectura del libro del Eclesiástico 3, 2-6. 12-14

Lectio: composición gráfica utilizando los motivos principales de la vidriera de la parroquia de la Natividad de Nuestra Señora en Moratalaz, Madrid

El Señor honra más al padre que a los hijos y afirma el derecho de la madre sobre ellos.
Quien honra a su padre expía sus pecados, y quien respeta a su madre es como quien acumula tesoros.
Quien honra a su padre se alegrará de sus hijos y cuando rece, será escuchado.
Quien respeta a su padre tendrá larga vida, y quien honra a su madre obedece al Señor.
Hijo, cuida de tu padre en su vejez y durante su vida no le causes tristeza.
Aunque pierda el juicio, sé indulgente con él y no lo desprecies aun estando tú en pleno vigor.
Porque la compasión hacia el padre no será olvidada y te servirá para reparar tus pecados.

Salmo 127, 1bc-2. 3. 4-5

R./ Dichosos los que temen al Señor y siguen sus caminos.

Dichoso el que teme al Señor
y sigue sus caminos.
Comerás del fruto de tu trabajo,
serás dichoso, te irá bien. R./

Tu mujer, como parra fecunda,
en medio de tu casa;
tus hijos, como renuevos de olivo,
alrededor de tu mesa. R./

Esta es la bendición del hombre
que teme al Señor.
Que el Señor te bendiga desde Sion,
que veas la prosperidad de Jerusalén
todos los días de tu vida. R./

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 3, 12-21

Hermanos:
Como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia.
Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga quejas contra otro.
El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo.
Y por encima de todo esto, el amor, que es el vínculo de la unidad perfecta.
Que la paz de Cristo reine en vuestro corazón: a ella habéis sido convocados en un solo cuerpo.
Sed también agradecidos. La Palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; exhortaos mutuamente.
Cantad a Dios, dando gracias de corazón, con salmos, himnos y cánticos inspirados.
Y todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre de Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él.
Mujeres, sed sumisas a vuestros maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas.
Hijos, obedeced a vuestros padres en todo, que eso agrada al Señor. Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan el ánimo.

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 2, 22-40

Cuando se cumplieron los días de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo varón primogénito será consagrado al Señor» y para entregar la oblación, como dice la ley del Señor: «un par de tórtolas o dos pichones».

Había entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo estaba con él. Le había sido revelado por el Espíritu Santo que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu, fue al templo.

Y cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él lo acostumbrado según la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo:

«Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz.
Porque mis ojos “han visto a tu Salvador”, a quien has presentado ante todos los pueblos: “luz para alumbrar a las naciones” y gloria de tu pueblo Israel».

Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño, Simeón los bendijo y dijo a María, su madre:

«Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; y será como un signo de contradicción -y a ti misma una espada te traspasará el alma-, para que se pongan de manifiesto los pensamientos de muchos corazones».

Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, ya muy avanzada en años. De joven había vivido siete años casada, y luego viuda hasta los ochenta y cuatro; no se aparataba del templo, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones noche y día. Presentándose en aquel momento, alababa también a Dios y hablaba del niño a todos los que aguardaban la liberación de Jerusalén.

Y, cuando cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, Jesús y sus padres volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño, por su parte, iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con él.

En cada familia hay problemas, y a veces también se discute. «Padre, me he peleado…»; somos humanos, somos débiles, y todos tenemos a veces este hecho de que peleamos en la familia. Os diré una cosa: si nos peleamos en familia, que no termine el día sin hacer las paces: «Sí, he discutido», pero antes de que termine el día, haz las paces. Y sabes ¿por qué? Porque la guerra fría del día siguiente es muy peligrosa. No ayuda. Y luego, en la familia hay tres palabras, tres palabras que hay que custodiar siempre: «Permiso», «gracias», «perdón». (Papa Francisco, 27-12-2020)

COMPRENDER EL TEXTO (Comentarios al Antiguo y al Nuevo Testamento. La Casa de la Biblia):
En la Lectura del libro del Eclesiástico, la relación filial exige honra, respeto y servicio de palabra y obra; en definitiva, la honra o el deshonor de los padres redundan casi automáticamente, positiva o negativamente, en el futuro de los hijos. Aparte de esto hay que contar con el don divino: perdón de los pecados, escucha por parte del Señor, bendición divina [….] La honra a los padres debe durar de por vida, incluso cuando padecen los achaques de la ancianidad.
En la Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses encontramos las cinco virtudes: la compasión, la bondad, la humildad, la paciencia y la mansedumbre, que hay que practicar con todos, pues todos hemos recibido la vocación cristiana y formamos el pueblo de Dios (Col 3,12).
Lectura del santo Evangelio según san Lucas 2, 22-40. Presentación de Jesús. Los padres de Jesús cumplen todo lo que ordenaba la ley de Moisés con motivo del nacimiento de un niño. Según Lv 12,28, cuarenta días después del nacimiento, la madre ofrecía un ritual de purificación en el templo. Según Ex 13,2. 12-13, el primogénito pertenecía a Dios y tenía que ser rescatado por una ofrenda del padre. En el marco institucional del judaísmo (purificación, presentación, templo) el pueblo judío, representado por Simeón y Ana, encuentra al que será la gloria de Israel y la luz de los paganos. Hacia él converge la esperanza del Antiguo Testamento. Pero la sombra de la cruz y el rechazo de su pueblo se insinúa en las palabras de Simeón. La confesión de la comunidad lucana, puesta en boca de Simeón, no olvida que todo eso se cumplirá a través del camino difícil de la vida de Jesús. Una vida que asume todos los condicionantes de la humanidad (v. 40).
De Simeón se nos dice que esperaba el consuelo de Israel. Tanto él como Ana (Lc 2,38) son descritos como representantes de los fieles judíos que esperaban la restauración del reinado de Dios sobre Israel. El nacimiento de Jesús colma estas esperanzas pero les abre a nuevas perspectivas más universales. Las palabras de Simeón, inspiradas por el Espíritu, son el último canto insertado en el evangelio de la infancia de Lucas. La liturgia de la Iglesia lo llama «Nunc dimittis», según sus primeras palabras en latín. Simeón toma conciencia de que la realización de las promesas anuncia la proximidad de su muerte, pero ahora puede morir en paz, como Abrahán (Gn 15,15), puesto que ha visto la salvación de Dios. Jesús es el Mesías a quien Dios ha enviado a salvar no sólo a su pueblo sino a todos los hombres (Is 42,6; 49,6; 52,10). Aquí despunta un tema muy querido por Lucas: el universalismo de la salvación de Dios que ya no tiene un pueblo elegido, sino que se dirige a toda la humanidad. Por primera vez se manifiesta explícitamente -aunque la idea estaba latente en el canto del «Gloria»- que el horizonte en el que tenemos que comprender estos acontecimientos no es el del pueblo de Israel sino el de toda la humanidad. Las palabras de Simeón a María (Lc 2,34-35) son un tanto enigmáticas. Jesús apareció ante los hombres y mujeres de su tiempo como un signo que no se imponía, sino que se acogía libremente por la fe. De hecho, una parte importante de Israel lo rechazó (Hch 28,26-28). De ahí la amenaza que gravita sobre María, cuyo corazón quedará desgarrado por un drama que va a culminar en la cruz.
Después de Simeón interviene Ana, una profetisa viuda que pasaba su vida orando en el templo. Una «santa» del Antiguo Testamento que encarna la figura de los pobres de Yahvé, los cuales esperaban en la oración y la pobreza la llegada de la salvación definitiva. Ahora puede proclamar que la liberación del pueblo de Dios, representado por la ciudad santa de Jerusalén, empieza a realizarse. El término utilizado para hablar de la liberación es «rescate» y esto nos lleva al gran acontecimiento salvífico de la historia de Israel, el rescate de la esclavitud de Egipto (Ex 13,13-15; 34,20; Nm 18,15-16). Este hecho es el que celebraba precisamente la ceremonia de la presentación en el templo del primogénito de cada familia.
ACTUALIZAMOS:
  1. En la familia de Nazaret, Jesús fue educado, creció, amó y fue amado:
    ¿En qué sentido te ha configurado tu familia? ¿Has reconocido el amor de Dios en el amor recibido en la familia, aun con las limitaciones humanas?
    ¿Cómo vives el respeto, la gratitud y el cuidado hacia los mayores en tu familia y en la sociedad?
  2. Dios viene a nuestra historia:
    ¿Qué brota en tu corazón ante un Dios que viene en nuestra carne? ¿Te dejas conducir por el Espíritu, como Simeón y Ana, para poder reconocerle? La paz es el fruto de este reconocimiento agradecido.

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