Lectura del profeta Zacarías. 12.10-11
Esto dice el Señor: –Derramaré sobre la dinastía de David y sobre los habitantes de Jerusalén un espíritu de gracia y de clemencia. Me mirarán a mí, a quien traspasaron, harán llanto como llanto por el hijo único, y llorarán como se llora al primogénito. Aquel día será grande el luto de Jerusalén, como el luto de Hadad Rimón en el valle de Megiddo.
Salmo responsorial
R./ Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío.
¡Oh Dios!, tú eres mi Dios, por ti madrugo;
mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua. R./
¡Cómo te contemplaba en el santuario
viendo tu fuerza y tu gloria!
Tu gracia vale más que la vida,
te alabarán mis labios. R./
Toda mi vida te bendeciré,
y alzaré las manos invocándote.
Me saciaré como de enjundia y de manteca,
y mis labios te alabarán jubilosos. R./
Porque fuiste mi auxilio,
y a la sombra de tus alas canto con júbilo;
mi alma está unida a ti
y tu diestra me sostiene.
Lectura de la carta del apóstol San Pablo a los Gálatas. 3,26-29.
Hermanos: Todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús. Los que os habéis incorporado a Cristo por el bautismo, os habéis revestido de Cristo.
Ya no hay distinción entre judíos y gentiles, esclavos y libres, hombres y mujeres, porque todos sois uno en Cristo Jesús. Y si sois de Cristo, sois descendencia de Abrahán y herederos de la promesa.
Lectura del santo Evangelio según San Lucas. 9,18-24.
Una vez que Jesús estaba orando solo, en presencia de sus discípulos, les preguntó: –¿Quién dice la gente que soy yo?
Ellos contestaron: –Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros dicen que ha vuelto a la vida uno de los antiguos profetas.
El les preguntó: –Y vosotros, ¿quién decís que soy?
Pedro tomó la palabra y dijo: –El Mesías de Dios.
El les prohibió terminantemente decírselo a nadie. Y añadió: –El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar al tercer día.
Y, dirigiéndose a todos, dijo: –El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará.
Todas las lecturas de hoy evocan la estrecha relación que debe existir entre el creyente y su Señor. Mirar hacia él, estar unido a él, revestirse de él, seguirle a él…, son diferentes maneras de expresar esa vinculación única que condiciona la vida entera del discípulo. Porque no se trata sólo de confesar la fe o de bautizarse; se trata sobre todo de tomar conciencia de que, al hacerlo, adquirimos el compromiso de vivir según los valores del Reino, aunque a veces resulte difícil y hasta doloroso.
- COMPRENDER EL TEXTO:
- Al final de su ministerio en Galilea y antes de emprender viaje hacia Jerusalén, Jesús evalúa la situación con sus discípulos. Las expectativas sobre su persona son muchas y algunas pueden estar cargadas de notable ambigüedad. Es preciso, por tanto, aclarar definitivamente el sentido de su vida y de su misión.
La fama de Jesús se va extendiendo entre el pueblo y llega incluso hasta las esferas del poder. El mismo Herodes Antipas, tetrarca de Galilea, estaba intrigado por los comentarios que corrían de boca en boca y se preguntaba: “¿Quién es éste?” (Lc 9,7-9). Gestos como la multiplicación de los panes y los peces, que Lucas narra en este contexto (Lc 9,10-17), podían dar pie a todo tipo de especulaciones. No en vano, las escrituras llegan a comparar la salvación que Dios promete a su pueblo con un gran banquete en el que todos quedarán saciados. Y Jesús, que parece ser consciente de las expectativas que está despertando, examina a sus discípulos para saber el eco que su actuación provoca entre la gente y entre ellos mismos.
Aunque Lucas sigue de cerca la versión de Marcos (Mc 8,27-30), también la modifica en algunos aspectos significativos. Por ejemplo, comienza diciendo que Jesús estaba “orando a solas”, una actitud en la que suele presentarlo en momentos particularmente decisivos de su vida. A primera vista se diría que está preocupado por su popularidad y por eso interroga a los suyos. Algo perfectamente explicable en un mundo donde el honor y el reconocimiento social de las personas dependía enormemente de la opinión de los demás, la gente lo ve como un profeta. Pedro, como portavoz de los discípulos, va aún más allá y lo reconoce como “el Mesías de Dios”.
Si Jesús hubiese buscado popularidad, no se entiende por qué prohíbe terminantemente a sus discípulos que divulguen su condición mesiánica. Si lo hace es porque teme que ese reconocimiento provoque malentendidos que tergiversen el sentido de su misión. De hecho, eran mucho los que esperaban un Mesías de tipo político y nacionalista, un rey descendiente de David que actuaría con poder y vendría a “restablecer el reino de Israel” (Hch 1,6).pero Jesús no desea que le identifiquen con ese papel. De ahí que se adelante a anunciar el destino que le aguarda.
Con este primer anuncio de la pasión –habrá otros dos más en Lc 9,44y Lc 18,31-33, es Jesús quien responde a la pregunta que él mismo había formulado sobre su identidad. Para que nadie se llame a engaño, advierte que su misión, si sólo se tienen en cuenta criterios humanos, está abocada al fracaso, al rechazo por parte de los poderosos y a la muerte. Al añadir que “es necesario” que así sea (Lc 9,22) afirma que hace falta pasar por eso para que el plan de Dios se cumpla y que él está dispuesto a llevarlo a cabo con todas las consecuencias. Designándose a sí mismo como el “Hijo del hombre” –y no como Mesías-, evita ambigüedades y recuerda que su salvación no se impondrá por la fuerza de las armas, sino a través de la total donación de sí mismo. Y eso se ve aún mejor cuando expone las consecuencias que su anuncio acarreará a los discípulos.
Si bien el evangelista no recoge en este momento la reacción de los discípulos (como hará, por ejemplo en Lc 9,45), es evidente que el anuncio de la pasión también les incumbe. Si alguien se decide a seguir a Jesús debe identificarse con él en su entrega, lo que supone aceptar ciertas condiciones. La primera cosiste en “negarse a sí mismo”, es decir, en renunciar a los propios proyectos cuando está en juego el proyecto de Dios. La segunda es “cargar con la cruz”, o sea, estar dispuesto a pagar el precio a veces doloroso que ese compromiso implica. Además, Lucas añade que todo eso ha de hacerse “cada día”. Así deja claro que la felicidad que implica el discipulado no se verifica sólo en momentos dramáticos, como la persecución, o en gestos heroicos, como el martirio, sino en la vida cotidiana. Lo veremos mejor a partir del próximo domingo, cuando comience el viaje hacia Jerusalén (Lc 9,51). Pero, desde e punto de vista de la fe, es preciso reconocer que la misión de Jesús no acabó en fracaso. También la resurrección forma parte del anuncio de la pasión. Y es desde esa perspectiva desde donde hemos de entender en qué sentido Jesús es el “Mesías de Dios”. Y proclamarlo libremente –ya sin prohibiciones- como él mismo lo ordenó después de vencer a la muerte (Lc 24,46-48).
- ACTUALIZAMOS:
- A veces llamamos fe a lo que no es sino la proyección de nuestras expectativas humanas. Y hasta nos atrevemos a marcarle la pauta a Dios para que actúe según nuestros deseos y necesidades. Jesús, en cambio, nos recuerda que seguirle a él exige recorrer un camino cotidiano de donación y entrega que nos invita a revisar en profundidad la escala de valores que se impone en nuestra sociedad.
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“Y vosotros ¿quién decís que soy yo?”:¿Cómo responderías a esta pregunta?¿En qué sentido te ayuda a conocer mejor a Jesús el pasaje de hoy?
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“El que quiera venir en pos de mí…”¿A qué te compromete esta invitación de Jesús?¿Es posible entenderla desde los valores que imperan en nuestro mundo?
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¿Cómo entiendes eso de “negarse a sí mismo” y “cargar con la cruz” en tu vida diaria?
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“… y resucitar al tercer día”:¿De qué manera te ayudan estas palabras a vivir con esperanza los momentos difíciles en el seguimiento de Jesús?
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