Lectura del libro del Eclesiástico. 24, 1-4. 12-16
La sabiduría hace su propio elogio, se gloría en medio de su pueblo. Abre la boca en la asamblea del Altísimo y se gloría delante de sus potestades. En medio de su pueblo será ensalzada, y admirada en la congregación plena de los santos; recibirá alabanzas de la muchedumbre de los escogidos y será bendita entre los benditos.
Entonces el Creador del universo me ordenó, el Creador estableció mi morada: –Habita en Jacob, sea Israel tu heredad.
Desde el principio, antes de los siglos, me creó, y no cesaré jamás. En la santa morada, en su presencia, ofrecí culto y en Sión me estableció; en la ciudad escogida me hizo descansar, en Jerusalén reside mi poder. Eché raíces entre un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad.
Salmo 147
R./ La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros.
Glorifica al Señor, Jerusalén;
alaba a tu Dios, Sión:
que ha reforzado los cerrojos de tus puertas,
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti.
Ha puesto paz en tus fronteras,
te sacia con flor de harina.
él envía su mensaje a la tierra,
y su palabra corre veloz.
Anuncia su palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así,
ni les dio a conocer sus mandatos.
Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios. 1, 3-6. 15-18
Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo en Cristo con toda clase de bendiciones espirituales, en el cielo. Ya que en Él nos eligió, antes de la creación del mundo, para que fuésemos santos e irreprochables en su presencia, por amor. Nos predestinó a ser hijos adoptivos suyos por Jesucristo, conforme a su agrado; para alabanza de la gloria de su gracia, de la que nos colmó en el Amado.
Por lo que también yo, no ceso de dar gracias por vosotros, recordándoos en mi oración, a fin de que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo e ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama y cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos.
Lectura del santo evangelio según san Juan. 1, 1-18
En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios. Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió.
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. No era él la luz, sino testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre.
Al mundo vino, y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios. Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Este domingo no tiene ningún acento especial. Las lecturas nos acompañan a una nueva profundización del misterio central del tiempo de Navidad. Está bien que volvamos repetidamente al que nos da Vida, especialmente en este tiempo festivo, tan agitado y disperso. En las lecturas se pueden leer tres aspectos: la encarnación de la Palabra de Dios, la misión salvadora del Hijo, y, nuestra fidelidad.
- COMPRENDER EL TEXTO:
- LA PALABRA SE HIZO CARNE Y ACAMPÓ ENTRE NOSOTROS
- Es el misterio central, la Encarnación salvadora del Hijo de Dios. Es el alma del fragmento evangélico de hoy, que domina toda la celebración. La primera lectura evoca el sublime pensamiento veterotestamentario sobre la Sabiduría. El evangelio de Juan orienta este pensamiento; la Sabiduría eterna de Dios es su Palabra, que es Vida y Luz de los hombres, por la que todo ha venido a la existencia. Éste es el primer acento, propio de la revelación cristiana. Y éste es el segundo: la Palabra se hizo carne; es Jesús de Nazaret, hijo de María.
Renovemos la contemplación admirada y sorprendida del mensaje evangélico. Por un lado, el misterio de Dios: «A Dios nadie lo ha visto jamás», es revelado por Jesús como plenitud de Vida, de Luz, de Amor (1Jn 4,7). Ya esto desborda nuestras ideas espontáneas sobre Dios: pocas veces las reflexiones y los diálogos normales sobre Dios evocan un contenido así. Por otro lado, la Encarnación de Jesús en Nazaret, muerto y resucitado. Jesús fue una persona singular, no una figura etérea e inconcreta. Aquí hay un punto fuerte del cristianismo: Dios se ha hecho hombre concreto en nuestra historia humana. Esto sorprende y asusta. Incluso puede escandalizar a personas nobles que respetan a todas las culturas y tradiciones religiosas de la humanidad. Pero no olvidemos lo que es también central en la fe cristiana. Jesús es la Encarnación de la Palabra de Dios precisamente como Plenitud de verdad y de gracia (ev), hasta su entrega total al Padre y a los hombres en su muerte y resurrección. Él es uno de los nuestros, pero no es uno como nosotros. La Encarnación de Dios, que es Amor y Vida, se manifestó en el amor generoso y sencillo de Jesús, entregado hasta la muerte y resurrección. Así aparece como Verdad y Gracia. La Encarnación en un hombre que ama no es un empobrecimiento o una limitación de Dios, es la manera de ser verdaderamente Dios-con-nosotros, de manifestar su amor eficaz a los hombres, siempre reales y concretos.
- NOS HA DESTINADO EN CRISTO A SER SUS HIJOS
- Es nuestro misterio. El Evangelio habla de Jesucristo como del único, aquel en el cual reside corporalmente toda la plenitud de la divinidad (Col 2,9), de una vez para siempre (Hebreos). Pero no lo hace nunca en tono apologético, para alejar a Jesucristo de nosotros los hombres y situarlo a otro nivel, inasequible; lo hace para mostrar el plan de Dios sobre todos los hombres y mujeres de la historia: ser hijos en Jesucristo. Así como el Evangelio subraya la unicidad concreta de Jesucristo, subraya también: «La Palabra era la Luz verdadera, que alumbra a todo hombre» . Este «todo hombre» forma parte de la entraña cristiana, indica los hombres reales, los millones de hijos de mujer que han ocupado la tierra. Cuando decimos «Jesucristo» tendríamos que evitar la sensación espontánea de hablar de nuestro grupo cristiano para evocar esta universalidad. Decir «Jesucristo» quiere decir: todos. «A cuantos la recibieron» expresa un misterio que tendríamos que contemplar arrodillados.
«Recibir» a Jesús o «rechazarlo» no se juega en una confesión más o menos reflexionada; tiene lugar en el núcleo más profundo de todos y cada uno de los hombres. Recibir a Jesucristo es vivir la comunión íntima con la Verdad, la Gracia, el Amor, y así «ser hijos de Dios» (ev). «Ser hijo» de Dios no es sólo una palabra; es como una participación viva en aquel que es el Hijo único, una manera de ser y de vivir como él.
- NUESTRA FIDELIDAD
- El texto de la carta a los Efesios subraya dos aspectos de la obra de Dios en nosotros que se convierten en dos exhortaciones. El primero se refiere a toda nuestra vida: «Él nos eligió en la persona de Cristo… para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor». El amor de Dios nos lleva a una vida nueva en el sentido más real, a una manera nueva de amar, de ser generosos, de perdonar, de afrontar el sufrimiento y la muerte, de confiar en Dios.
El segundo aspecto se refiere a lo que podríamos llamar la «experiencia interior»: «El Padre de la gloria os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo». Normalmente hablamos de fidelidad en nuestra manera de vivir. Pero será bueno, en estos días de Navidad, exhortarnos a la contemplación silenciosa para avanzar hacia una «sabiduría y revelación». En la figura de Jesús nacido en Belén se esconde y se manifiesta a la vez el gran misterio de la Vida para todos los hombres. Llegar a «conocer la verdad» es la manera de crecer espiritualmente, de pasar de la situación de quien siempre escucha a «sentir y saber» personalmente (Jn 4,42). Se trata de conocer de verdad quién es él, el Dios y Padre que en Jesús manifiesta su amor salvador; y conocer «la esperanza a la que os llama» en la comunión vivida con el Señor, verdadera plenitud de la vida humana.
-
El prólogo del cuarto evangelio es un texto fundamental para la teología cristiana.¿Qué aporta a tu vida de fe lo que en él se afirma sobre Dios y sobre Jesucristo?
-
La Palabra se hace carne y viene a poner su tienda entre nosotros.¿Qué te sugiere el ejemplo de la Palabra encarnada a la hora de entender y concretar tu compromiso cristiano?
-
Acoger la Palabra supone recibir una promesa de plenitud y de gracia, la posibilidad de vivir en estrecha intimida con Dios.¿De qué modo te estimula esta promesa a vivir en esperanza?
-